LA LIMOSNA DESDE LA PALABRA DE DIOS

by AdminObra

Al hilo del reciente conocimiento de la colecta de la Campaña contra el Hambre, organizada por Manos Unidas en toda España, el pasado febrero, y que en nuestra Parroquia alcanzó la más que notable cantidad de 5338 euros, que unido a las colectas de otras parroquias de la Vicaría de Pontevedra, ayudarán a sacar adelante los consabidos proyectos (unas aulas y comedores para niños en edad preescolar en Kenia, y fortalecer la actividad de una cooperativa de mujeres en Burkina-Faso); al hilo de la recién abierta campaña en favor de las víctimas de la guerra que viviremos en este tiempo penitencial de la Cuaresma; al hilo de este susodicho tiempo de purificación repasemos que nos enseña la Sagrada Escritura sobre la virtud de la Cuaresma que Jesucristo nos enseña que hay que vivirla en cuerpo en alma:

El hebreo no tiene término especial para designar la limosna. Pero para toda la Biblia la limosna, gesto de bondad del hombre con su hermano, es ante todo una imitación de los gestos de Dios, que fue el primero en dar muestras de bondad para con el hombre.

El deber de dar limosna: si la palabra es tardía, la idea de la limosna es tan antigua como la religión bíblica, que desde los orígenes reclamar el amor de los hermanos y de los pobres. La ley conoce así formas codificadas de limosna, que son ciertamente antiguas: obligación de dejar parte de las cosechas para el espigueo y la rebusca después de la vendimia, el diezmo trienal en favor de los que no poseen tierras propias: levitas, extranjeros, huérfanos, viudas. El pobre existe y hay que responder a su llamada con generosidad y delicadeza.

Limosna y vida religiosa: esta limosna no debe ser mera filantropía, sino gesto religioso. La generosidad con los pobres, ligada con frecuencia a las celebraciones litúrgicas excepcionales, forma parte del curso normal de las fiestas. Más aún, este gesto adquiere su valor del hecho de alcanzar a Dios mismo y crea un derecho a su retribución y al perdón de los pecados. Equivale a un sacrificio ofrecido a Dios. El hombre, al privarse de su bien, se constituye un tesoro. “Bienaventurado el que piensa en el pobre y en el débil” (Sal 41, 1-4). El viejo Tobías exhorta a su hijo con ardor: “No apartes el rostro de ningún pobre y Dios no lo apartará de ti. Si abundares en bienes, haz de ellos limosna, y si éstos fueren escasos, según esa tu escasez no temas hacerlo. Todo cuanto te sobrare, dalo en limosna, y no se vayan los ojos tras lo que dieres”. (Tob 4, 7). Con la venida de Cristo la limosna conserva su valor, pero se sitúa en una economía nueva que le confiere un sentido nuevo.

La práctica de la limosna: es admirada por los creyentes, sobre todo cuando es practicada por extranjeros, por personas que “temen a Dios”, que así manifiestan su simpatía por la fe. Por lo demás, Jesús la había contado, juntamente con el ayuno y la oración, como uno de los tres pilares de la vida religiosa.

Pero Jesús, al recomendarla, exige que se haga con perfecto desinterés, sin la menor ostentación “sin esperar nada a cambio”, hasta sin medida. En efecto, no podemos contentarnos con alcanzar un máximo codificado: el diezmo tradicional parece sustituirlo Juan Bautista por una repartición por mitades, que Zaqueo realiza efectivamente; más aún, no hay que hacerse sordos a ningún llamamiento, porque los pobres están siempre entre nosotros.; finalmente, si uno no tiene ya nada propio, queda todavía el deber de comunicar por lo menos los dones de Cristo, y de trabajar para venir en ayuda a los que se hallan en la necesidad.