Entramos en la recta final del mes de noviembre. En estos cuatro últimos días, nos pararemos en los cuatro aspectos que tradicionalmente se meditan en este tiempo de sufragios y de obtención de las indulgencias necesarias para aplicar por los fieles difuntos. Estos aspectos son muerte, juicio, infierno y gloria. Se han repasado someramente en los días pasados, pero en esta ocasión los veremos por el orden establecido como colofón final a este tiempo. Todo lo que hemos expuesto tan brevemente ha de servir, si se desea, para profundizar en estos temas. Desde luego no se dan explicaciones plenas. Las hemos de buscar, como cristianos, miembros de la Iglesia Católica, en el magisterio, en el Catecismo, en los buenos autores, en la Sagrada Escritura.
“La muerte pertenece a la vida humana hasta tal punto que sin ella no puede ser entendida. Por eso se entiende que cuando el hombre se esfuerza por conocer el sentido de sí mismo tenga que plantearse la cuestión del sentido de la muerte.
El punto de vista decisivo en ello es el carácter cristológico de la muerte humana. La muerte incide, en efecto, en el estrato de la naturaleza, en el del pecado, en el de la redención y en el de la plenitud, no de forma que cada uno se eleve sobre el anterior, sino de forma que todos ellos abarcan, penetran e incorporan a sí a los precedentes.
La muerte representa el paso del ESTADO DE PEREGRINACIÓN al ESTADO DE PLENITUD. Es el fin de la forma de vida histórica y provisional y el comienzo del modo definitivo de existencia.
Todos los hombres manchados con el pecado original están sometidos a la ley de la muerte.
Es de gran importancia para entender la muerte el hecho de que ha sido impuesta por Dios al hombre como fin de su vida. Vista superficialmente es el resultado de la causalidad natural. Pero en esta causalidad obra Dios creador, que ha dado a las criaturas sus leyes naturales. Así, el dogma de que todos los hombres caídos en pecado original están sometido a la ley de la muerte significa, por tanto, que están sometidos a Dios, que obra el transcurso natural. La muerte adquiere así, además del aspecto biológico, un aspecto personal. Como la muerte no significa sólo el fin cronológico, sino la continua caracterización de la vida, el sometimiento a Dios representado en el sometimiento a la muerte indica que la vida está sometida a Dios en todo su transcurso, ya que la muerte que representa el domino de Dios significa una continua amenaza de la vida”. (Michael Schmaus).