El tiempo de Navidad y de Epifanía es tiempo muy mariano. Se ve en la unión de María en la manifestación de su Hijo.
- Lo presenta a los pastores.
- Lo tiene en brazos como Reina Madre y Trono de la Sabiduría cuando van a adorarlo los Magos de Oriente.
- Lo lleva en brazos, y lo ofrece con sus manos como un holocausto en el Templo de Jerusalén.
- Lo acompaña meditando en su corazón todo lo que ve y escucha, todo lo que acontece a su alrededor.
- Está presente en la vida oculta de Jesús.
- Y en Caná de Galilea, preludio de la Cruz y de la plenitud de la fe de los Apóstoles, está presente en la manifestación, o epifanía, de la Gloria de su Hijo.
En el tiempo de Navidad, la Iglesia celebra los misterios de la infancia de Cristo Salvador y sus primeras manifestaciones a los hombres, judíos y gentiles. Por ello, en este tiempo litúrgico, que concluye con la Fiesta del Bautismo del Señor, se incluye una misa relacionada con la manifestación del Señor en Caná.
La Santísima Virgen intervino, por designio de Dios, de manera admirable en los misterios de la infancia y de la manifestación progresiva de su Hijo Salvador: cuando engendró virginalmente al Hijo; cuando lo mostró a los pastores y a los Magos; cuando lo presentó en el Templo y lo ofreció al Señor; cuando marchó a Egipto; cuando buscó al Niño perdido; cuando llevó con Él y con su esposo San José una vida santa y laboriosa en su casa de Nazaret; y cuando, finalmente, en el banquete nupcial intercedió por los esposos, anticipando así las nupcias de su Hijo con la humanidad en el altar del Calvario.
En este ciclo, tiempo, fiestas nos encontramos con la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios que se celebra el 1 de enero.
Esta fiesta, antiguamente, era la Circuncisión del Señor. Ahora se nos invita a meditar que María es Madre de Jesús, y Madre de Dios. ´
Pablo VI comentaba que esta celebración del primero de enero está destinada a celebrar la parte que tuvo la Virgen en el misterio de Salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la Santa Madre de Dios, por la que merecimos recibir al autor de la vida; es, además, una ocasión propicia para renovar la adoración al recién nacido, Príncipe de la Paz, y para escuchar, otra vez, el jubiloso anuncio angélico anunciando la Paz a todos los hombres de buena voluntad, y para implorar a Dios el don supremo de la Paz. Hasta aquí la visión que el Papa Pablo VI ofrecía de esta solemnidad.
Por tanto, en este primer día de enero, último de la Octava, dedicado desde tiempos recientes a la contemplación de la Madre de Dios, imploramos un don muy deseado por todos, y, al mismo tiempo, muy mal entendido, por mediación de la Madre del “Príncipe de la Paz”. De este modo, comenzamos el año civil recuperando una celebración que se vivió en la Antigüedad cristiana ya en Roma bajo el título de Natale sanctae Mariae.
Dicha recuperación se logra en la reforma del calendario litúrgico de 1969 introduciendo esta solemnidad en el 1 de enero. La solemnidad sustituye a la fiesta de la maternidad divina, introducida por Pío XI en 1931 y puesta el 11 de octubre. La fecha del primero de año quiere subrayar el vínculo de la Madre de Dios con el misterio natalicio y corresponde, como hemos dicho, a la tradición más antigua. Los bizantinos celebran a María Santísima como Madre de Dios ya el 26 de diciembre.