La circuncisión del Señor

by AdminObra

La circuncisión es practicada por numerosos pueblos, generalmente en conexión con la entrada en la comunidad de los adultos o de cara al rito del matrimonio.

Israel debió recibirla como una costumbre antigua, puesto que sus leyes más antiguas no hablan de ella.

Para Israel es una vergüenza no estar circuncidado, y ante los incircuncisos experimenta repugnancia.

La circuncisión es, por tanto, el rito que integra en una comunidad.

Para Israel tiene nexo con la religión. Se circuncidaban por orden del Señor (Jos 5, 2).

Se convertirá en el signo físico de la Alianza que todo varón israelita ha de llevar en su carne desde el octavo día de su vida. A esa sangre se le llamará “sangre derramada” (Ex 4, 26).

Relacionada, muy especialmente con Abraham, será la condición indispensable para poder celebrar la Pascua judía, en la que Israel se declara “pueblo escogido” y renovará esa elección como verdadero don de Dios. Elegidos y salvados.

Con todo, ya en tiempo de los profetas, como Jeremías, se le dará más valor a la “circuncisión del corazón”, como metáfora de lo que hay que hacer de veras en una vida de fe y obediencia a Dios. No basta con el signo físico en la carne del varón. Pero Israel se ve incapaz de ese grado de pureza interior por lo que se anunciará un tiempo en el que Dios mismo será el que circunde nuestros corazones para que seamos plenamente gratos a El.

Juan el Bautista fue circuncidado. Y Jesús, Nuestro Señor, también (Lc 2, 21).

Jesús, siguiendo la Ley de Israel, pasa por este rito innecesario para El. Es Jesús es el que va abrir la posibilidad real de circuncidar nuestros corazones con una circuncisión espiritual gracias a la fe recibida en el Bautismo, sacramento que nos hace miembros de un único pueblo, el de los hijos de Dios.

Pero en el misterio de su anonadamiento, o kénosis, Jesús ha de pasar por este rito para ser acogido formalmente en la comunidad de las promesas de Abraham. Jurídicamente ya pertenece al Pueblo de Dios. Ya lo dice San Pablo “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de muer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción” (Gal 4, 4), esto es, se somete a la Ley, se sumerge en el cumplimiento de la misma, para sublimarla y llevarla al corazón de los hombres.

Junto a la circuncisión nos encontramos con la imposición del nombre, del Dulce Nombre de Jesús, “Dios Salva”. De modo que las esperanzas mesiánicas empiezan a cumplirse.

Jesús fue sometido a un rito humillante y levemente sangriento. Y con esa sangre que vertió disimula algo esencial, su condición de Dios.

Por lo tanto, este otro Misterio de la vida del Señor nos sigue introduciendo, en la realidad de su Encarnación que lo lleva a ser miembro de un pueblo, de una religión, de una cultura, de una lengua, además de formar parte de una familia humana.

Niño humano que actúa según la fe y las costumbres de sus mayores, que nos debe llenar de admiración y de esperanza, pues esa su inmersión en las “realidades humanas”, en todas, excepto en el pecado, es una inmersión de redención, como anuncia esa porción de sangre derramada, anuncio del derramamiento total en favor de la circuncisión del corazón para formar parte de un mismo Pueblo, la Iglesia, de un Dios que ha venido a salvarnos con ese gesto cumbre de generosidad.