Nuestra fe en el cine: “Carros de fuego”

by AdminObra

Hoy expondremos unas pinceladas de la película “Carros de fuego” (Hugh Hudson, 1981).

Nos habla de dos atletas del Reino Unido que quieren ser los mejores y competir en las olimpiadas, Harold Abrahams, judío, y Eric Lidell, escocés. Pero hay una gran diferencia, uno busca glorificarse a sí mismo; el otro, dar gloria a Dios con su esfuerzo y sus triunfos. Ambos estudiantes en Cambridge. Basada en hechos reales.

Memorable e inolvidable. Su banda sonora contribuyó a ello. Era la primera película que dirigía H. Hudson.

Cuántas veces el cine ha tratado el tema del deporte. Y en esta ocasión de manera tan elegante y emotiva. Le ayuda, en humilde opinión, el que sea un hecho histórico. Siempre da consistencia. Sin restar el mérito, y lo tiene, a crear historias.

El compositor, Vangelis, quiso con su composición remarcar el hecho más espiritual del deporte. La épica del corazón.

En las Olimpiadas de 1924, en París, Eric Lidell, corredor escocés, se negó a correr una de las pruebas por ser domingo. El atleta recibió presiones desde todas las instancias políticas y sociales. Incluso, el mismo Príncipe de Gales se entrevistó con él. Fue una noticia mundial. Él, en domingo, no correría. Un miembro del equipo inglés le entregó, en el momento de más presión, una nota del profeta Samuel “Yo, el Señor, honro a los que me honran” (1Sam 2, 30). El Comité Olímpico, finalmente, cederá, y permitirá que corra en otra prueba en la que no era especialista, la de 400. Su especialidad eran los 100 metros. Vencerá, y batirá la plusmarca mundial.

Así, la verdadera hazaña será, en el fondo, la espiritual. Eric Lidell, en la vida real, moriría en 1945 en China, como misionero. Cristiano humilde, le lloró toda Escocia.

La película siguió el molde de “Un hombre para la eternidad” (1966), que refleja el triunfo de la conciencia frente a la razón de estado encarnada en el enfrentamiento histórico entre el Lord Canciller del Reino, Sir Tomás Moro, y el rey de Inglaterra, Enrique VIII. La amistad que se tenían no fue motivo para que el futuro Santo Tomás Moro traicionase su conciencia. Película magnífica, con banda sonora de George Delarue inolvidable, la cual introducía en el contexto del siglo XVI plenamente. Obra de arte del cine británico, también llena de elegancia y clasicismo, dirigida por Fred Zinnemann, el director de “Solo ante el peligro”.

Así pues, la enseñanza es por partida doble. En primer lugar, entender que con el deporte se puede dar gloria a Dios. Dios derrama también sus dones en las capacidades físicas de los hombres, y alimenta el espíritu de sana superación. Y, en segundo lugar, está claro, la conciencia, rectamente formada, representa la voz de Dios. Debe seguirse siempre, aunque implique la soledad.