El tema de la luz, de Cristo luz del mundo, de la manifestación luminosa del Señor en su Nacimiento, es, quizá, la idea central de las oraciones del Misal en estos días.
El tema de la luz recupera simbólicamente los orígenes de la fiesta, a partir de la claridad que inunda a los pastores en Belén mientras velan sus rebaños en la noche en que nace Jesús. De hecho, los primeros cristianos provenientes del judaísmo celebraban el misterio de la venida del Señor en la gruta de Belén llamándola “caverna de la luz y de la vida”.
La monja gallega, Egeria, que peregrinó a Tierra Santa en el siglo IV, constata la celebración festiva nocturna en el lugar del Nacimiento de Cristo. En medio del silencio de la noche celebraban las comunidades cristianas el memorial litúrgico de la manifestación en carne mortal del Señor.
El ambiente de medianoche es propicio para estas celebraciones. En el corazón de la noche, los cristianos se reunían en un “espacio de luz” que es signo de la fe que nace, por ejemplo, del anuncio, del anuncio gozoso de lo que contemplaron los pastores. Y la luz es Cristo, Palabra y Eucaristía, como un haz de esplendores que se irradia para iluminar a todos los que creen y celebran su Nacimiento. Recordemos “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombra y una luz les brilló” (Is 9, 2).
Navidad, pues, misterio de luz. Y ya en el fulgor de esta noche se descubren las luces de la noche pascual. O si queremos, la luz pascual reverbera de manera retrospectiva en el misterio del Nacimiento de Cristo, del mismo modo que la luz del anuncio de la Resurrección ilumina en San Lucas la narración del Nacimiento, y en el Prólogo de San Juan la Gloria del Resucitado es también la Gloria de la Palabra hecha carne.
Así pues, con la Navidad…comienza la Pascua, comienza el “paschale sacramentum”.