Nínive era una sociedad depravada. Pero se convirtió.
La Palabra de Dios nos invita en este día a vincular la conversión de los corazones con la purificación de costumbres sociales.
La sociedad es indispensable para realizar nuestro camino en la vida, dice el Catecismo. Y la sociedad debería ser un aliciente para vivir nuestra fe con profundidad. No lo es. ¿Eso afecta a nuestro seguimiento de Cristo? Sí, porque el ser humano es un ser social por definición. Aunque la última responsabilidad es siempre personal. Y uno puede seguir a Cristo en su Iglesia con plena dedicación igualmente, pero en medio de dolorosos desprecios, ciertamente.
Para purificar la sociedad de tanto vicio y de tantas leyes inicuas tenemos que contribuir a una purificación de la jerarquía de valores. ¿Qué valores deben primar en la sociedad? Buena pregunta. Lo interior debe priorizarse sobre lo material siempre; lo espiritual debe priorizarse sobre lo instintivo siempre. De modo contrario se crean “estructuras injustas” que hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana (Pío XII).
Es preciso, pues, apelar a la conversión del corazón, como enseña el Catecismo, para obtener los cambios sociales que estén realmente al servicio de la persona y de la familia y del trabajo. Esta apelación al cambio de corazón impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes.
En esta Cuaresma, cada uno en su puesto, intente, con un corazón vuelto hacia Dios, intentar purificar y cristianizar el ambiente en el que vive sabiendo que ayudará a que todos llevemos una vida más sencilla, pura, caritativa, humilde, santa y santificadora.