MEDITACIÓN VIERNES II CUARESMA (Gn 37, 3-4. 12-13.17-28; Mt 21, 33-43.45-46)

by AdminObra

“Empezaron a odiarlo y le negaban el saludo”; “Maquinaron su muerte”; “Vamos a matarlo”, son algunas expresiones de esta Primera lectura con la que se inicia el Ciclo de José en el Génesis. José hijo predilecto de Jacob.

José era bueno con su anciano padre. Era inocente y soñador. Todo ello provocó la furia de sus hermanos contra él.

Así, cuando lo tuvieron a mano, durante un viaje con los ganados, los hermanos decidieron acabar con José. Si no es por Rubén, su hermano mayor, lo hubieran eliminado. Llegarían a venderlo por 20 monedas. ¿A qué nos suena esto?

La inocencia, la pureza, la bondad, la sencillez, la generosidad, la laboriosidad, la piedad y tantas otras virtudes no suelen provocar emulación en quienes las reconocen. Más bien excitan la envidia. Ya lo dice la palabra, la envidia es “no ver”, no ver con buenos ojos, no estimar en el corazón; es como la mirada del Diablo que nos domina.

En la Cuaresma tenemos que examinarnos y ver si somos envidiosos. La envidia es tan mala que una vez que conquista el alma lleva a la persona a cometer cualquier tropelía por inimaginable que sea. La envida hay que destruirla sin contemplaciones. Y hay que decirla en la confesión, y consultársela al director espiritual. Hay que cercarla y cortarle el aire. Por la envidia llegamos a odiar a los que son mejores que nosotros, especialmente en el terreno moral y religioso. Por la envidia vendieron a José, a Jesús, y cayeron nuestros primeros Padres. Por la envidia entró el pecado en la Creación.

El Evangelio nos enseña que esa rabia se dirige, incluso, contra el mismo Dios quien nos cuida con esmero y paciencia. Nos previene del deseo de quedarnos con el trabajo ajeno, y sus frutos. Nos recuerda que podemos ser “viñadores homicidas” cuando no aceptamos las cosas tal como las ordena Dios.

Nos anuncia que lo perderemos todo si seguimos empeñados en crucificar a Jesucristo. Nos declara que todo lo que estaba reservado para nosotros lo perderemos y lo disfrutarán otros en nuestro lugar.

Si comprendemos por medio de un sermón, de una charla, de un rato de oración, que Dios “habla de nosotros” y “habla a nosotros”, ¿cómo reaccionaremos? ¿Con virulencia? ¿Esperando a que llegue el momento de eliminar al que nos deja en evidencia? Si somos envidiosos, seremos mediocres toda la vida.