MEDITACIÓN MIÉRCOLES II CUARESMA (Jer 18, 18-20; Mt 20, 17-28)

by AdminObra

Pocos como Jeremías, entre el mundo del profetismo, anuncia con su vida la propia Pasión del Señor, y el rechazo de todos llegado el momento.

Jeremías, dotado de una exquisita sensibilidad, y pronto a sufrir, ofrece cierto patetismo y lástima a todos los que le leen. No en vano, el drama de Jeremías es tan sugestivo que pareciera nos introduce en su pasión personal marcada por la continua objeción.

En la Primera Lectura nos encontramos con dos diálogos independientes.

Por un lado, la confabulación de los malvados contra él a la que convocan a todos los poderosos, incluso líderes religiosos, para legitimar la insidia. Es lo peor que se puede dar en la vida, legitimar (y planear) la anulación o “cancelación”, como se insiste hoy en día, del justo y del honrado, precisamente, por ser noble de corazón derramando sobre él todas las fuerzas de la crueldad humana disfrazándolas de honradez y sentido de responsabilidad. En casos así, no hay lugar ya para la defensa. Nada de lo que se diga, aunque esté lleno de verdad será no ya admitido, ni siquiera escuchado. Recordemos a Santo Tomás Moro. Es el aislamiento enloquecedor al que se somete al que disiente del discurso oficialista. El sacerdote, el sabio, el profeta, esto es, las autoridades morales que se convierten en poderes fácticos (corrupción plena de su autoridad que desaparece), se confabulan para “hablar mal de él”. La encarnación de la ignominia. Así le pasa a nuestra amada Iglesia cuando olvida los caminos labrados por la Cruz del Divino Redentor y empieza a predicar un discurso acepto para el mundo y sus mundanidades. Pero aquéllos que fieles a su Santo Bautismo, y al espíritu profético que han recibido en el mismo, se oponen a la mundanización de la Iglesia y a su adaptación al discurso nocivo de las ideologías dominantes, serán cancelados, por parte de todos, incluso por parte de algunos jerarcas. Por supuesto, por parte de toda la basura mediática y social.

La reacción de Jeremías, por la otra parte, es la del inocente de vida que se sorprende y escandaliza del grado de maldad que han acopiado aquellos a los que respetaba por su posición social y religiosa “¿Se paga el bien con el mal?”. El escándalo del inocente, que no entiende en su, repetimos, inocencia y candidez, que hacer el bien no sea aprobado por todos. Cae en una pesadilla de la que no da salido por más vueltas que dé. Es el horror. Incluso, siente la ausencia de Dios. Pero… ¿ausencia de veras? Creemos que no. El justo, no nos engañemos, es llamado por la Bondad Divina para soportar esta locura. Y en desamparo absoluto pedirá por los que le dañan, porque sólo la oración del que ha sido llevado al límite de la cordura tendrá suficiente valor para la remisión de las culpas de los malvados.

Igual que vimos ayer, Nuestro Señor Jesucristo nos dice que la vida del discípulo suyo ha de ser un pleno acto de servicio. ¿Qué es servir? Morir por los pecadores, o, “beber el cáliz que Cristo ha de beber”. Beber el cáliz es apurar la bebida de algo que repugna al sentido del gusto pero que se vence por amor. Y se bebe hasta el final a pesar del sabor amargo y vomitivo que pudiese albergar.

No nos engañemos, Nuestro Señor llama a algunos a servirle en intimidad de desprecios. En su Corazón encontraremos la actitud necesaria para soportarlo. Sabemos que nos aguardan muchas cancelaciones sociales por parte de las progresías oficiales. Esa seguridad del mal es garantía de libertad para no escondernos.

En Cuaresma pidamos no temer la cancelación social a la que ya han sometido a muchos buenos católicos.