MEDITACIÓN LUNES III CUARESMA (2R 5, 1-15; Lc 4, 24-30)

by AdminObra

Hermosa enseñanza de este libro histórico, Segundo de los Reyes, protagonizada por el general sirio Naamán y el hombre de Dios Eliseo.

Para situarnos debemos recordar que Naamán, grande en hazañas guerreras, padece lepra. En una de sus razzias bélicas secuestra a una joven israelita que pasa al servicio de su esposa. Al descubrir la moza la enfermedad de su amo le indica que hay un hombre santo en tierras de Samaria que podría curarle la lepra. Después de una serie de cuestiones diplomáticas que no nos interesan ahora, Eliseo se ofrece a curar a ese general al rey de Israel. ¿Qué pasará?

Naamán llega con sus tropas a la casa de Eliseo para ponerse en sus manos, y éste le manda un mensaje muy concreto: “Ve y lávate siete veces en el Jordán. Tu carne renacerá y quedarás limpio”.

La reacción de Naamán ante estas palabras es sorprendentemente caprichosa; se enfurece, y decide regresar lleno cólera.

Afortunadamente, sus siervos, más prudentes que el héroe sirio, le dicen lo siguiente: “Padre mío, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no lo habrías hecho?”. Creo que con esto ya podríamos concluir algo provechoso.

Somos muy importantes para Dios. Muchísimo. Pero en la vida no nos damos importancia por esta verdad. Nos damos importancia por otras cuestiones y queremos recibir un trato conforme a nuestros deseos. Naamán, pues, habría de pensar que en atención a su dignidad habría de recibir una curación deslumbrante a través de unos métodos sublimes. No es así. Ni es eso. Naamán, en atención a ser una criatura de Dios, ha recibido una indicación precisa. Sólo se le pide obedecer. Confiar. Acatar una indicación como hacen los soldados. Llevarla a cabo. Pero se enfurruña.

No es tan difícil salvar el alma. No. Hay que obedecer. Ser sencillos de corazón. Humildes, agradecidos. Dejarse llevar por Aquel que nos quiere. Su amor ya es suficiente. No deberíamos reclamar más atenciones que la que nos da Dios. Y por lo importante que somos para El nos ofrece un método sencillo para curar la vida: sé sencillo para quedar limpio.

Siete veces se le pidió que se metiese en el Jordán. Siete sacramentos instituyó Jesucristo en su Iglesia para limpiarnos. Setenta veces siete los despreciamos con la misma actitud altiva de Naamán. Y así seguiremos siempre con lepra en el alma.

Despreciar los sacramentos como hacen la gran mayoría de los católicos hoy en día, con la misma actitud desdeñosa de Naamán, es despreciar al mismo Jesucristo con la misma rabia que sus vecinos de Nazaret. Lo único que pasará es que Jesús nos dejará atrás para seguir su camino para curar a quien quiera ser curado, salvado eternamente.