El Miércoles de Ceniza plantea una cuestión de fondo que sigue siendo relevante hoy: ¿por qué hacemos lo que hacemos en nuestra vida de fe? Jesús critica con dureza la hipocresía de quienes buscan reconocimiento público en sus prácticas religiosas, y su mensaje va mucho más allá del contexto de su tiempo. Nos habla a los que caemos en la trampa de la apariencia, del ‘postureo’ espiritual, de la necesidad de validación externa incluso en lo que debería ser más íntimo.
La limosna, la oración y el ayuno no tienen sentido si se convierten en un simple gesto para ser visto por los demás. ¿De qué sirve donar dinero si en el fondo es para alimentar nuestro ego? ¿De qué sirve orar si se hace por inercia y sin encuentro real con Dios? ¿De qué sirve ayunar si lo reducimos a una cuestión dietética sin transformación interior? Jesús nos llama a la coherencia: a que nuestras acciones sean genuinas y no un escaparate para los demás.
El Miércoles de Ceniza, con su gesto simbólico de la ceniza en la frente, puede caer en lo mismo: un acto repetido sin contenido real. Pero, bien entendido, es una sacudida. Nos recuerda que somos frágiles, que la vida es efímera y que lo importante no es lo que los demás ven de nosotros, sino quiénes somos en lo profundo. No es un día para la culpa ni para la autoflagelación, sino para tomar conciencia de en qué estamos poniendo nuestro corazón.
Hoy, en plena era digital, donde todo parece diseñado para ser compartido y aprobado por los demás, el mensaje de Jesús es un contrapeso incómodo pero necesario. Nos invita a dejar de actuar para la galería y a preguntarnos qué queda cuando nadie nos mira. En un mundo obsesionado con la imagen, hay algo radicalmente liberador en hacer el bien sin buscar reconocimiento, en rezar sin que lo sepan los demás, en ayunar no para demostrar fortaleza, sino para recuperar el equilibrio interior.
Así que la pregunta clave es: ¿cómo queremos vivir esta Cuaresma? ¿Desde la apariencia o desde la autenticidad? La ceniza nos recuerda que somos polvo, sí, pero polvo amado y con capacidad de cambio. Tal vez sea una buena oportunidad para reordenar prioridades y hacer menos ruido con la fe, pero vivirla con más verdad.