QUINTA LECCIÓN: “POR CRISTO, CON EL Y EN EL”
- La actividad sacerdotal de Cristo tuvo su MOMENTO PRIVILEGIADO, cualificado; El lo llamaba su “hora”, es decir, su Pasión, Muerte y Resurrección. Y tiene actualmente su momento privilegiado: cada vez que se celebra el SACRIFICIO DE LA EUCARISTÍA, que prolonga y reproduce la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
La Eucaristía es el medio “sacramental” (visible, gustable) que asegura la uni´con entre la Pasión de Cristo y nuestra existencia cristiana.
Nosotros no pudimos estar, como María, junto a la Cruz de Jesús en el Calvario; pero Jesús, en un gesto de amomr que nunca agradeceremos bastante, quiso que aquella oblación suya definitiva se “representase” (=se hiciera presente) en toda la tierra, a lo largo de todos los siglos, mientras haya seres humanos que necesiten ser redimidos. En la Misa, Jesús verdaderamente “entrega su Cuerpo” en favor nuestro, verdaderamente “derrama su Sangre” por todos nosotros, para el perdón de nuestros pecados.
- También el momento privilegiado de nuestro “sacerdocio” es el SACRIFICIO EUCARÍSTICO, la Misa.
En este sacrificio de Jesús, que es también sacrificio “mío y vuestro”, nos ofrecemos por Cristo, con El y en El, y pedimos a Dios que nos transforme en “ofrenda permanente”.
Recordemos la oración latina que dice en secreto el sacerdote nada más ofrecer el pan y el vino en la Misa “acéptanos, Señor”; no se pide que Dios reciba nuestros dones, sino que nos reciba a nosotros como ofrenda.
- Hay muchos cristianos que no pueden, aun deseándolo, participar diariamente en la Misa; ni siquiera con frecuencia. ¿Quiere esto decir que no pueden hacer diariamente su “ofertorio”?
Nada de eso.
La Eucaristía también ha de ser para nosotros un ESTILO DE VIDA, el estilo de nuestra vida cristiana. Nos lo enseña Jesús: una vez acabada la Misa, sigue presente en el Sagrario, y allí mantiene su ofrenda redentora; ¡sigue redimiéndonos! Lo mismo nosotros; al volver a nuestros quehaceres o nuestro descanso, después de la Misa, o cuando no podemos participar físicamente en la Misa, hemos de seguir ofreciéndonos a Dios; podemos, y debemos, seguir siendo “víctima viva” para alabanza de Dios y salvación del mundo. ¡Nuestra Misa dura veinticuatro horas!
Y esa actitud de ofrecimiento vale para TODA NUESTRA PIEDAD EUCARÍSTICA: aun en momentos en los que pudiera parecer estática o puramente contemplativa tiene que estar impregnada de actitud oferente. Es “estática” sólo en el sentido en que lo fueron las tres horas que duró la “elevación” de Cristo en la Cruz; es “pasiva” sólo en el sentido en que lo es la oblación que hace de sí mismo un enfermo inmóvil en la patena de su cama: ¡esa pasividad es una palanca capaz de mover el mundo!
Es que para Dios vale, más que la obra externa que hacemos, la voluntariedad con que le ofrecemos esa obra; vale el corazón de donde brota nuestra entrega. Insistimos: todos los aspectos de la Eucaristía (alabanza a Dios, acción de gracias, impetración de favores, etc.) son importantes. Pero no son independientes de un aspecto en el que el APOSTOLADO DE LA ORACIÓN se fija especialmente; un aspecto que hemos de valorar: el OFRECIMIENTO DE JESÚS AL PADRE, el ofrecimiento de nosotros con Jesús al Padre, gracias al cual nuestra Eucaristía es, precisamente, verdadera alabanza, acción de gracias e impetración de favores.
Algunas citas bíblicas para considerar: 1Cor 11, 17-26; Lc 21, 1-4