LA FESTIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN DEL ROSARIO

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La advocación del “Rosario” es más amplia que la devoción del rosario.

Santo Domingo de Guzmán fue el propagador de esta devoción. Realmente, el siglo XIII es un siglo asombroso. Siglo de gigantes. Los reyes San Luis y San Fernando; los poetas Dante; los teólogos San Alberto, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino; los santos fundadores Francisco y Domingo de Guzmán; las devociones religiosas del escapulario y del rosario; el arte gótico. En definitiva, íntima unión del creer y del pensar.

A raíz de la herejía de los albigenses, contra los cuales Alejandro III, primero, e Inocencio III, después, organizaron una cruzada en tierras del Languedoc, Domingo de Guzmán saltó al primer plano con la fundación de los Hermanos Predicadores y la devoción del rosario. Cierto que el uso de los rosarios era ya antiguo, puesto que se conocía entre los anacoretas de los primeros siglos del cristianismo. Pero la Virgen le inspirará a Santo Domingo el modo nuevo como se ha de rezar, para que produjese los saludables efectos que Nuestra Señora se proponía.

Domingo nació en Caleruega, obispado de Osma, en 1170, de familia ilustre; canónigo de aquella sede, recorrió más tarde, como predicador, los reinos de Castilla y de Aragón.

Alcanzó licencia para predicar a los herejes, pero apenas obtuvo fruto. Un día se quejó de esto a la Santísima Virgen, y entonces esta Señora se le apareció y le dijo que aquello no podía remediarse sino con el rezo del santo rosario, y le mostró la manera de hacerlo. El arma del rosario fue más eficaz que el ejército de los cruzados.

 

La festividad del Rosario tardó siglos en establecerse. Fue en el siglo XVI con ocasión de la Batalla de Lepanto. De esta victoria tuvo revelación el papa Pío V a la misma hora en la que los turcos eran derrotados por España, espada de la Cristiandad, que al frente de las fuerzas católicas hizo frente a los intentos de invasión de los mahometamos. Y quedó tan persuadido el papa de que el triunfo era debido a la protección de María Santísima, cuya imagen iba en todas las embarcaciones cristianas, que instituyó la fiesta bajo el nombre de Nuestra Señora de la Victoria, como lo anuncia el Martirologio Romano en recuerdo de tan gloriosa victoria (aunque desde el principio fue considerada como la solemnidad del Santísimo Rosario).

Gregorio XIII ordenó en 1573 que la festividad se celebrara con el título del Santo Rosario el primer domingo de octubre, limitándola a aquellas iglesias o capillas que tuvieran por titular el Rosario.

Clemente XI mandó que la fiesta adquiriera carácter universal y que se celebrara el primer domingo de octubre cuando el emperador Carlos VI venció a los turcos en Hungría.

El papa San Pío X, queriendo dejar libres los domingos de otras conmemoraciones, determinó en 1913 que la fiesta pasase al 7 de octubre.

Así pues, devoción que se propagó desde tan antiguo por todos los pueblos cristianos con los mismos frutos y fervor que la otra devoción del escapulario de la Virgen del Carmen.