Hoy, 19 de enero, la Iglesia celebra a:

by AdminObra
  1. San GERMÁNICO, mártir. En Esmirna, Turquía. Discípulo de San Policarpo. Le precedió en el martirio. Condenado por el juez, con el vigor de su juventud llegó a provocar él mismo a la fiera que lo habría de destrozar. (167).
  2. San PONCIANO, mártir. En Umbría. En tiempos del emperador Antonino fue durante azotado con varas y finalmente muerto a espada. (s. II).
  3. Santos MARIO, MARTA, AUDIFAX y ÁBACO, mártires. En Roma. (s. IV).
  4. San MACARIO el GRANDE, presbítero y abad. En Egipto. Vivió sólo para Dios y sus monjes. (390).
  5. San MACARIO, el ALEJANDRINO, presbítero y abad. En el mismo monasterio que el anterior. (s. V).
  6. San BASIANO, obispo. En la Liguria, Italia. Luchó enérgicamente junto con San Ambrosio de Milán, para proteger a sus fieles de la herejía arriana. (409).
  7. Santas LIBERADA y FAUSTINA, hermanas y vírgenes. En la Lombardía. Fundaron el monasterio de Santa Margarita. (580).
  8. San LAUNOMARO, abad. En Neustria, actual Francia. Dirigió el monasterio de Corbión que él mismo había fundado. (593).
  9. San JUAN, obispo. En Rávena. Cuidó de su gente durante las guerras contra los lombardos. Lo narró todo San Gregorio Magno, quien le regalaría una edición de su “Regla Pastoral”. (595).
  10. San ARSENIO, obispo. En la isla de Corfú, Grecia. Pastor entregado a su grey, y orante nocturno. (s. X).
  11. Beato MARCELO SPÍNOLA MAESTRE, obispo. Sevilla. Fundó asociaciones de trabajadores para cooperar en su desarrollo social, combatió en defensa de la verdad y de la justicia y abrió su casa a los menesterosos. (1906).

 

Hoy recordamos especialmente a SAN REMIGIO

San Remigio fue el gran apóstol de los franceses. Se hizo célebre por su sabiduría, su admirable santidad y sus muchos milagros. Duró de obispo 70 años y llegó a ser famoso en toda la Iglesia.
Recién ordenado sacerdote ya era considerado como uno de los mejores oradores de su época, y cuando tenía sólo 22 años, fue elegido obispo.
El rey de los franceses, Clodoveo, era pagano y no aceptaba convertirse al cristianismo. Su esposa santa Clotilde rezaba mucho por él y le recomendaba la conversión. Y sucedió que los germanos o alemanes atacaron con fuerte ejército a los francos y Clodoveo salió con sus soldados a defender la patria. Al despedir a su esposo que se iba a la guerra, Clotilde le dijo: «Si quiere obtener la victoria, invoque al Dios de los cristianos. Si tiene confianza en Él, nadie será capaz de derrotarlo».
Clodoveo prometió convertirse si conseguía la victoria. En plena batalla, cuando el triunfo le parecía imposible, recordando las palabras de su esposa gritó hacia el cielo: «Oh Cristo, a quien mi esposa invoca como hijo de Dios. Te pido que me ayudes. Creo en Ti. Si me salvas de mis enemigos recibiré el bautismo y entraré a tu religión». Enseguida los franceses atacaron a los alemanes con extraordinario valor y obtuvieron una gran victoria.
Santa Clotilde mandó entonces llamar a San Remigio, que tenía fama de santo y de sabio, y le pidió que se dedicara a enseñar a Clodoveo la doctrina cristiana. El rey al volver victorioso, saludó a su esposa con estas palabras: «Clodoveo venció a los alemanes, y tú venciste a Clodoveo». Pero ella le respondió: «Esas dos victorias son obra de uno solo: Nuestro Señor Jesucristo». Desde entones el terrible pagano empezó a estudiar la religión para hacerse bautizar.
Tenía temor de que el pueblo se revolucionara por quererles quitar la religión de sus antiguos dioses, pero el ejército y la multitud, al saber que su rey tan estimado se iba a hacer cristiano, le gritaron al unísono: «Desde hoy nos separamos de los dioses mortales, y nos declaramos seguidores del Dios inmortal del cual nos habla Remigio».
Nuestro santo y sus sacerdotes se dedicaron con todo empeño a enseñar la religión a Clodoveo y a todos los que se iban a hacer bautizar junto con él. La Reina Clotilde, para impresionar la imaginación de aquel pueblo bárbaro, mandó que adornaran con palmas y flores las calles que llevaban desde el palacio del rey hasta el templo donde iba a ser el bautismo. Y que todo el trayecto y también el templo se iluminara con gran cantidad de antorchas y que fueran quemando incienso que llenara el aire de agradables aromas.
Los que iban a ser bautizados se dirigieron hacia la Casa de Dios cantando las letanías de los santos y llevando cada uno su cruz. San Remigio conducía de la mano al rey, seguido por la reina y todo el pueblo. Antes de echarle el agua del bautismo el santo obispo le dijo: «Orgulloso guerrero: tienes que quemar lo que has adorado, y adorar lo que has quemado». Con esto quería decirle que en adelante debía abandonar sus antiguas malas costumbres paganas y observar la santa religión de Cristo Jesús.
En seguida San Remigio, ayudado por otros tres obispos y por muchos otros sacerdotes, bautizó a dos hermanas del rey y a tres mil de sus soldados con sus mujeres y niños. Ese fue un día grande en el que la nación francesa empezó a pertenecer a nuestra santa religión.

El resto de su vida la empleó Remigio en instruir al pueblo y en ayudar a los necesitados, y combatir a los herejes que enseñaban doctrinas equivocadas. Dios le concedió el don de hacer curaciones y anunciar lo que iba a suceder en lo futuro. Murió en el 530.

Cuando ya era un anciano de más de noventa años, algunos se burlaron de él diciéndole que era demasiado viejo, y les respondió: «En vez de reírse porque he llegado a esta edad, más bien lo que deberían hacer sería darle gracias a Nuestro Señor, porque en todo este tiempo no he dado mal ejemplo a nadie».