Al igual que la Resurrección, la Ascensión es también CAUSA EFICIENTE de nuestra salvación, pues con ella nos preparó, en primer lugar, el camino para subir al Cielo. Y, en segundo lugar, porque la misma presencia de Cristo en el Cielo con su naturaleza humana es intercesión en favor nuestro. Por último, porque Cristo, sentado en el trono de los Cielos como Dios y como Señor, envía desde allí los dones a los hombres.
La Ascensión, con la que finalizan sus apariciones a los discípulos, no significa, sin embargo, su ausencia. De igual forma que durante los cuarenta días hasta la Ascensión, Jesús no es el gran ausente, tampoco ahora la ida al Padre le hace alejarse de sus discípulos. A este respecto, es muy significativa la promesa de Jesús puesta como final del Evangelio de San Mateo “estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Esta presencia permanente del Señor es la base de la confianza y seguridad de los Apóstoles. Por eso San Lucas remarca la alegría con la que volvieron a Jerusalén.
Al despedirse para subir a los Cielos, Cristo entrega a sus discípulos el mundo como tarea y misión. Pero no estarán solos: El puede estar presente a sus discípulos por la nueva forma de vida y poder que se manifiestan en su Ascensión.