Conociendo el Evangelio de San Lucas – 11

by AdminObra

Hoy veremos otro aspecto importantísimo del tercer Evangelio que es el referido a la presencia del Espíritu Santo (presencia que también se da de una manera amplia en los Hechos de los Apóstoles).

La dimensión profética (ya vista) de Jesús guarda profunda relación con su unción por el Espíritu en el Bautismo.

El Espíritu Santo es un tema central en el Nuevo Testamento y común, pues, a los cuatro Evangelios, concretamente.

San Lucas lo manifiesta de un modo especial.

Entre los sinópticos (los tres primeros Evangelios), es el que más veces habla del Espíritu. La expresión completa “Espíritu Santo” aparece en el tercer Evangelio más veces que en los dos primeros juntos. Una comparación sinóptica nos permite comprobar el interés de San Lucas por explicitar a este fundamental “actor” de la Historia Sagrada.

En San Lucas, la vida de Jesús aparece especialmente MARCADA por el Espíritu. Esto se aprecia en el Evangelio de la infancia (Lc 1-2):

  • Su Concepción humana es obra del Espíritu Santo (Lc 1, 35).
  • María, su Madre, aparece en una relación particular con el Espíritu Santo, pues lo transmite antes de que su Hijo nazca (Lc 1, 41).
  • Isabel, Zacarías y Simeón profetizan acerca de Jesús movidos por el Espíritu Santo (Lc 1, 41-45. 67; 2, 25-27).

También el ministerio de público de Jesús goza de la asistencia del Espíritu “Os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3, 16).

Desde el Bautismo, donde Dios lo ungió con su Espíritu y con poder, este mismo Espíritu Santo guía su misión:

  • Lo lleva al desierto, donde será tentado por el Diablo (Lc 4, 1).
  • En el Espíritu comienza su ministerio en Galilea (Lc 4, 14. 18).
  • Es fuente de su alegría (Lc 10, 21).

Negar a Jesús equivale a pecar contra el Espíritu Santo (Lc 12, 9-10).

Toda su acción está sellada por el Espíritu de Dios. Pero la acción del Espíritu no se limita a Jesús: El lo promete a los suyos (Lc 11, 13).

El Resucitado se despide, finalmente, de ellos exhortándoles a aguardar en Jerusalén la fuerza de lo alto, promesa del Padre (Lc 24, 49).

Así pues, dejándolo para otra ocasión, siendo el Evangelio del Espíritu Santo, será también el Evangelio de la “alegría”.