ANTE EL FINAL DE LA SAGRADA CUARESMA: LA SAMARITANA, EL CIEGO DE NACIMIENTO, LÁZARO. LAS TRES REVELACIONES DE JESÚS

by AdminObra

Ante la SAMARITANA Jesús aparece en una progresiva revelación de su Persona y de su misión. La lectura del Evangelio de San Juan nos reserva la sorpresa de ir descubriendo en Jesús al hombre, cansado y sediento, el judío, el profeta, el rabí, el Mesías, proclamado finalmente como Salvador del mundo. La lectura del episodio nos lleva a esta majestuosa revelación que El hace de su Persona y de su misión. Pero en el juego de la conversación con la Samaritana acerca del agua viva, Cristo aparece como fuente de esa agua que llega hasta la vida eterna, manantial del Espíritu y, dentro de la tipología bíblica alusiva, nuevo Moisés que toca con la fuerza de su Palabra la roca del corazón de la mujer y la convierte en manantial de agua viva. Jesús perdona el pecado, da sentido a la existencia, cambia las energías de esta mujer que se convierte en apóstol. El pecado no es la realidad final e inmutable, si Cristo se presenta como Salvador y es acogido por medio de la fe. Jesús cambia, convierte, es fuente de felicidad. Lo fue para la Samaritana. Lo es para todo cristiano.

En el episodio del CIEGO DE NACIMIENTO hay también una progresiva revelación de Cristo. Se le reconoce como un hombre, como profeta, como Mesías, como alguien que procede de Dios. Mientras se abren progresivamente los ojos del ciego, no sólo a la luz del sol y de la vida sino también a la comprensión de la palabra y de la persona de Jesús, se va agudizando, por rechazo, la ceguera de los enemigos de su predicación, empecinados en no querer ver la luz. Contraste evidente entre un ciego de nacimiento que ve y unos videntes que quieren ser ciegos ante la luz. También aquí la revelación de Jesús llega a una personalización: Yo soy la Luz del mundo. En la palabra y en la obra de Jesús, en su persona, tenemos la salvación personal y colectiva de esa ceguera que envuelve a la humanidad, a partir del pecado que envilece la capacidad intelectual del hombre y lo lleva a sumergirse en el mundo de las tinieblas, en el rechazo de la luz como norma y forma de vida. Jesús salva siendo Luz del mundo.

Finalmente, en el milagro de la resucitación de Lázaro, el más grande de los signos del poder de Jesús, antes de su propia resurrección, aparece la dimensión total de la salvación. La salvación es vida, vida que vence la muerte. Es resurrección; no sólo la de un muerto que vuelve a la vida efímera y que poco más tarde volverá a morir, como sucederá con Lázaro, sino como acontece con Jesús en su resurrección gloriosa. Ante el sepulcro de Lázaro, y ante todos los sepulcros de este mundo, ante el temor de la muerte y ante todas las muertes físicas y espirituales, se yergue majestuosa la persona de Cristo que se proclama: Yo soy la Resurrección y la Vida. Pero para que la eficacia sea definitiva y la prueba no tenga posibles refutaciones, Cristo tiene que aceptar la condición de Lázaro, entrar en el sepulcro de la muerte, quedar como él vendado, sin llegar al cuarto día, sino resucitando al tercer día de entre los muertos. La victoria cósmica, la salvación definitiva, el rescate supremo es el de Cristo que, para el hombre, herido de muerte por el pecado, es la resurrección y la vida.