En este día de abstinencia, la Palabra de Dios nos pone en una situación tensa una vez más.
El tema podemos encontrarlo en las siguientes palabras “…como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Observar el Mandamiento del Señor, en este sentido, es imposible si se trata de imitar desde fuera a Jesucristo.
Se trata de una participación, que ha de nacer del fondo del corazón, en la santidad, en la misericordia, y en el amor de Dios. SÓLO el Espíritu Santo puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo y tuvo Cristo.
Así, la unidad del perdón, esto es, participar en su propia donación del perdón, hace posible que seamos capaces de perdonar a los que nos ofenden.
El “perdón”, explica el Catecismo, es el “extremo del perdón”.
No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
El Catecismo dice que el perdón es “cumbre de la oración cristiana”. Es mucho decir. “Transfigura” al discípulo, configurándolo con el Maestro. Pero también, por ello, tienen mayor pecado los que ofenden sabiendo que los cristianos debemos perdonarles, aunque ellos no estén arrepentidos.