TREINTA Y UN DÍAS DE MAYO – 9

by AdminObra

“Stabat Mater”

En la secuencia de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, se canta a la Madre piadosa que estaba junto a la Cruz y lloraba mientras el Hijo pendía, “cuya alma triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía”.

María, a los pies de la Cruz, es la imagen viva de la compasión, del sufrimiento compartido. María se asocia al dolor de Cristo, que recapitula, haciéndolo suyo, la inmensa masa de dolor y de sufrimiento que aflige a la humanidad entera.

El misterio del dolor nos desconcierta. Puede sacar a la luz lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Puede conducirnos a la desesperación, al pesimismo o a la angustia. Pero puede dilatar nuestro corazón, ensancharlo hacia un horizonte de solidaridad viva con todos los que han padecido o padecen; en definitiva, puede hacer que sea un corazón compasivo y misericordioso, como el Corazón de Jesús, como el corazón de su Madre.

Desde la óptica de la Cruz, el dolor, si se hace dolor “de” Cristo, si se padece en comunión con El, tiene valor de redención, de salvación.

Éste es el dolor de María, la Virgen. Su sufrimiento, unido al del Hijo, es un sufrimiento que coopera a la Redención. La Liturgia la ve como la Reina de los mártires. En Ella se cumple esa paradójica bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados” (Mt 5, 4).

El consuelo, es, siempre, el amor de Dios. seremos compasivos en la medida en que nos acerquemos a ese amor y sepamos testimoniarlo con nuestra cercanía a los que sufren.