TREINTA Y UN DÍAS DE MAYO – 3

by AdminObra

“Madre de Dios”

Dios, para enviar a su Hijo al mundo, escogió la mediación maternal de una mujer, María. El Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo verdaderamente hombre, Hijo de María. Los cristianos, ya desde los primeros tiempos, invocaban a la Santa Madre de Dios, como testimonia una antiquísima oración de los siglos III o IV, “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios…”.

Al confesar a María como Madre de Dios, la Iglesia profesa la verdadera identidad de Jesús como Verbo Encarnado. En Éfeso, en 431, cuando los obispos reunidos en concilio proclamaron solemnemente la maternidad divina de María, el pueblo cristiano reacción con enorme entusiasmo.

Pocos años después, en 451, en el Concilio de Calcedonia, se explicó con gran profundidad el sentido de la maternidad divina de la Virgen: el Hijo fue “engendrado del Padre antes de los siglos según la divinidad, y en los últimos años, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, la Madre de Dios, según la humanidad.

María concibió en su seno a su Hijo y lo acogió con fe y con humildad en su corazón. Un antiguo texto litúrgico nos dice que Santa María se gozó de dos gracias: “Se admira porque concibió virgen, se alegra porque alumbró al Redentor”.

De un modo análogo, también el Hijo de Dios nace en cada uno de nosotros cuando nos abrimos a El mediante la fe y el Bautismo.