TREINTA Y UN DÍAS DE MAYO – 2

by AdminObra

“Concebirás en tu vientre y dará a luz un Hijo”

El plan de Salvación llega a su momento culminante con la Anunciación a María. Dios, que es fiel, cumple sus promesas y proporciona la señal dada a Acaz (Is 7, 14).

El Espíritu Santo santificó el seno de María para que Ella concibiese al Hijo del Altísimo que, sin dejar de ser Dios, se hizo verdaderamente hombre, asumiendo una naturaleza humana para llevar a cabo por Ella nuestra salvación. En Jesús habita “corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9).

Cada día, al rezar el Ángelus, los cristianos hacemos memoria de este misterio que constituye el signo distintivo de nuestra fe. El Verbo se hizo carne para habitar entre nosotros; para reconciliarnos con Dios; para que conociésemos el amor del Padre; para ser nuestro modelo de santidad; en definitiva, para hacernos partícipes de su naturaleza divina.

La Virgen, elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo, cooperó de modo singular con la obra de Salvación. Ella oyó confiadamente el anuncio del Ángel, acogiéndolo con la obediencia de la fe, para llevar en sus Purísimas entrañas al Salvador del mundo; a Aquel que iba a colmar de manera inesperada la esperanza de todos los pueblos.

Dios, Nuestro Señor, no es un adversario o un competidor del hombre. Se muestra siempre respetuoso de nuestra libertad. Permitió, incluso, el pecado de Adán y solicitó la aceptación libre de su humilde sierva para convertirla en la Madre del Redentor.