Sexto Dolor – María recibe el Cuerpo de Jesús al ser bajado de la Cruz (Marcos 15, 42-46)
Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.
CONSIDERACIÓN
Al contemplar la sexta espada del Corazón de María, es sin ninguna duda la imagen de la Virgen de Piedad que nos viene a la mente. La Madre de Dios sentada con los brazos abiertos, recibiendo al cuerpo sin vida de su amado Hijo y Redentor. En estos brazos empezó la historia de la salvación, cuando por primera vez, el Hijo de Dios apareció Niño pequeño en Belén. Y en estos mismos brazos se acaba la historia de la salvación, cuando por última vez, el Hijo de Dios descansa en ellos herido y muerto. Pero ¡qué diferencia entre la primera y la última vez! El día de Navidad, María Santísima nos ofreció un objeto de contemplación de los más hermosos y tiernos; y ahora, nosotros pecadores se lo devolvemos a su Madre totalmente deshecho… «ni siquiera tiene apariencia humana», como dicen los salmos. En verdad, la Virgen nos podría preguntar a cada uno de nosotros: «¿pero qué habéis hecho de mi Hijo?» Tratemos de sentir algo de la amargura de nuestra Madre en este momento tan doloroso.
Al tener la Virgen el cuerpo sin vida de Jesucristo, seguro que tomó el tiempo para considerar todas sus heridas. Para cada una de ellas, su alma cantó un himno de alabanza y de agradecimiento. Pero ¡qué canto más triste y duro debió de ser este ofrecimiento ¡Cada llaga del Señor fue para su Madre un clavo en su Corazón. Acerquémonos de este misterio con humildad, arrepentimiento y compasión. Miremos nosotros también con respeto y devoción las llagas de Jesucristo, y por fin atrevámonos a mirar a la Santísima Virgen a los ojos para pedirle de todo corazón: «¡perdón, misericordia y clemencia!»
(Rezar a continuación 1 Padre Nuestro, 7 Ave Marías y 1 Gloria al Padre).