Quinto Dolor – Jesús muere en la Cruz (Juan 19,17-39)
Y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”». Pilato les contestó: «Lo escrito, escrito está». Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
CONSIDERACIÓN
La Santa Iglesia Católica es la mejor intérprete de los sentimientos divinos y por lo tanto de los marianos. La liturgia de los Dolores de la Santísima Virgen será hoy nuestra mejor ayuda para contemplar el mayor dolor de nuestra Madre: la crucifixión de su Hijo Jesucristo.
La epístola por ejemplo dice: «Nos has salvado de la ruina bajo la mirada de nuestro Dios». En verdad María nos salvó haciendo que su Corazón se identifique tanto con el de Jesús, que al final, fue un solo y mismo amor el que redimió y co-redimió los pecados del mundo. Jesucristo miraba a María levantada al pie de la Cruz, y María miraba a Jesucristo levantado encima de la Cruz. El movimiento de amor de Jesús era como un torrente potente que bajaba desde Dios hasta los hombres, y el movimiento de amor de María era como un coro volcánico que subía desde los hombres hasta Dios. Estos dos movimientos aparentemente contrarios se unieron al nivel de la Cruz, provocando una terrible y enorme explosión de amor, capaz de borrar la ruina de toda la historia de la humanidad. Entremos en este movimiento para sentir en nuestros corazones otra contradicción aparente que en realidad está hecha para unirse: el amar y el sufrir.
«Bienaventurado el Corazón de la Virgen María, canta la antífona de Comunión, porque bajo la Cruz no necesitó de la muerte para conseguir la palma del martirio». Cuando el soldado abrió el costado de Jesucristo, su lanza topó con un Corazón que no latía y que por lo tanto ya no podía sufrir. Pero en la Pasión del Salvador nada se hizo en vano, todo estaba programado y escrito. Entonces un golpe en el Corazón de Jesús no podía quedarse sin su correspondencia de gracia merecida. La solución estaba en el Corazón de la Virgen que no solamente seguía latiendo, sino que seguía profundamente unido al de su Hijo. Eso explica como María fue la que tuvo que soportar los sufrimientos de un golpe tan terrible. Al momento preciso en el cual las puertas del Corazón divino se abrieron, la primera en merecer entrar y custodiar esas puertas fue la «Reina del Cielo» de la cual habla el Tracto, «la Soberana del mundo, dolorida, pero de pie al lado de la Cruz».
«Si queréis asistir bien a Misa, asistan como la Virgen al pie de la Cruz» gritaba el Padre Pio. Al ser la Santa Misa la renovación y la reactualización del sacrificio del Calvario, no tendremos mejor manera para compartir con el dolor de la quinta espada de María, que asistiendo a menudo y devotamente a Misa, sea corporalmente, sea espiritualmente.
Si supiéramos el valor del tesoro que es la Santa Misa, lograríamos entender mejor la compasión de la Santísima Virgen. De la misma manera, aunque en sentido contrario, el penetrar cada vez más en los Dolores de la Madre de Dios, nos ayudará a recoger más gracias eucarísticas. Y la santificación por la Eucaristía es el mayor consuelo para el mayor dolor de su Corazón traspasado.
(Rezar a continuación 1 Padre Nuestro, 7 Ave Marías y 1 Gloria al Padre).