Dios envió su Hijo al mundo. Dios entregó a su Hijo al mundo. San Pablo, y San Juan usan, pues, “esquemas de envío” para explicar este tránsito.
Dios envió a su Hijo. Por tanto, es preexistente en cuanto Hijo del Padre Eterno. La Encarnación no significa un comienzo de la existencia de modo absoluto, sino de modo relativo, esto es, que, de tener un modo de ser, el Verbo de Dios, pasa a otra forma de existencia, la existencia según la carne, sin abandonar su condición divina.
Pues bien, para venir a este mundo escogió Dios la mediación maternal de la mujer “nacido de mujer”, acentuando el aspecto de abajamiento o de humillación, tal como lo expresa también la siguiente frase de San Pablo a los Gálatas “bajo la ley”.
Este dogma mariano, aclamado en Éfeso (431), y de algún modo confirmado en Calcedonia (451), hay que situarlo en el misterio de la Salvación para entenderlo completamente.
La maternidad divina de Nuestra Señora es el medio por el cual Dios realiza su misterio de salvación, consistiendo en que la Virgen María sea… “tierra virgen”, por medio de la cual el Hijo del Eterno pone su tienda en medio de los hombres. María es, por ello, la humilde señal, pero sumamente indicadora, de la presencia de Dios en el tiempo. Por Ella el Verbo se hace hombre, insertándose en la cadena de las generaciones humanas y uniéndose a la raza humana.
Cuando la fe cristiana afirma que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, reconoce al mismo tiempo que eta perfección humana se ha podido realizar por medio de la Theotokos y que este título garantiza toda la verdad del dogma cristológico: que Cristo es verdadero Dios, que es verdadero hombre, y que es UNA SOLA PERSONA.
La Virgen acoge en su seno el “abajamiento” de Dios, y al mismo tiempo, la trascendencia del mismo.
No podemos rebajar la figura de la Esclava del Señor simplemente a un objeto o instrumento de Dios, puesto que, aunque el Verbo pudiera haberse encarnado de otro modo, de hecho, quiso escoger a María como persona libre y querida la cual, con su respuesta, cooperó a instaurar la alianza entre Dios y los pecadores en su Hijo Jesucristo.
La Theotokos engendró, verdaderamente, a Aquel, de quien se llama Madre, porque Jesús no sólo pasó a través de Ella, sino que tomó carne de la persona y sustancia de María. Ciertamente, Ella no es Madre de la divinidad o de la naturaleza divina. No. Eso sería una herejía. Pero sí lo es de la Persona divina del Hijo según la sustancia de la carne humana y de su nacimiento corporal. Por ello, LA VIRGEN ES MADRE DE DIOS EN SENTIDO PROPIO. El sujeto engendrado en Ella, y por Ella, es Dios, una Persona Divina, y no una persona humana que después llegaría a ser Dios: el Hijo de María es ya Dios desde el primer instante de su concepción.
En Ella, y no por Ella, en este caso, la Virgen de Nazaret realiza la unión de las dos naturalezas –humana y divina- sin confusión ni mezcolanza y sin división o separación. La unidad de Cristo queda salvaguardada