Siguiendo con lo que se escribía ayer, sobre la importancia de los “discursos” en el primer Evangelio, y especialmente de esos cinco que se han mencionado, y, además, en colocación estratégica con una estructura concéntrica, continuamos diciendo que el primero, en situación, de esos “discursos”, el de la Montaña, viene siendo una exposición básica y programática de la predicación del Señor, como Maestro verdadero que es.
De esas “palabras” predicadas en la Montaña seremos juzgados ante el Hijo del Hombre. Serán decisivas.
Por eso, las ha situado San Mateo al comienzo de su Evangelio.
En su instrucción inaugural hallamos una verdadera síntesis de la enseñanza y el ministerio de Jesucristo, lo que le confiere una dimensión cristológica auténtica. Y no olvidemos, que el pórtico, como dicen algunos, de ese Sermón de la Montaña son las “Bienaventuranzas”.
Los demás “discursos” abordan y profundizan cuestiones predicadas en este primer sermón.
El primer Evangelio, pues, presenta a Jesús como un Maestro que dedica su máximo empeño a la instrucción de sus discípulos; es un Evangelio muy didáctico. De ahí, que se recojan estas palabras de Nuestro Señor: “Aprended de mí” (Mt 11, 29). Cuando invita a acudir a El, lo hace como un maestro que se pone a la altura de sus discípulos y les es cordialmente cercano, lo cual supone un estímulo para imitarlo y seguirlo.
Mañana, más. Y será un tema importante: el discipulado.