“Aparecido, pues, el ángel, habla no con María, sino con José, y le dice “Levántate, toma al Niño y a su Madre”. Aquí ya no le dice: “toma a tu mujer”. Había tenido lugar el parto, se había disipado la sospecha, José estaba asegurado en su fe. El ángel, por ende, puede hablar ya con libertad. No llama “suyos” ni a la mujer ni al Niño, “Toma –le dice- al Niño y a su Madre y huye a Egipto”. Y ahora la causa de la huida: “Porque Herodes –le dice- ha de atentar a la vida del Niño”. Al oír esto, José no se escandalizó, ni dijo: esto parece un enigma, tú mismo me decías que El salvaría a su pueblo, y ahora no es capaz de salvarse a Sí mismo, sino que tenemos necesidad de huir, de emprender un viaje y un largo desplazamiento, esto es contario a tu promesa.
Pero nada de esto dice, porque José es un varón fiel. Tampoco pregunta por el tiempo de la vuelta, a pesar de que el ángel lo había dejado indeterminado, pues le había dicho: estate allí hasta que yo te diga. Sin embargo, no por eso se entorpece y soporta todas las pruebas alegremente. Bien es verdad que Dios, amador de los hombres, mezclaba trabajos y dulzuras, estilo que El sigue con todos los santos. Ni los peligros ni los consuelos nos los da continuos, sino que de unos y de otros va El entretejiendo la vida de los justos. Tal hizo con José”.