SAN BENITO, COPATRONO DE EUROPA. SER E IDENTIDAD DE EUROPA – 5

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Lo que el Cristianismo podía aportar era, sobre todo, su COSMOVISIÓN.

Era la comprensión cristiana de la vida y del mundo lo que podría dar un nuevo valor y un nuevo vigor a la tradición clásica grecorromana; era el aliento espiritual que ésta necesitaba para echar los cimientos de una nueva civilización.

El cristianismo afirmaba, ante todo, el puesto central de Dios en el mundo y en la vida del hombre.

Afirmaba la existencia de un único Dios, Creador de todo, Providente y bondadoso con sus criaturas; un Dios enamorado del hombre, hasta el punto de que, a pesar de la soberbia desobediencia de éste, había determinado redimirle del pecado obrado contra El, enviando para ello a su Hijo Unigénito, Jesucristo, para que asumiera la condición humana y, como Mediador entre Dios y el hombre, reparase la ofensa y abriera de nuevo las fuentes de la gracia sobre los hombres.

Jesucristo, el Verbo Encarnado, Dios hecho hombre, el Hombre perfecto, el ideal y el modelo para todos los hombres por sus virtudes excelsas, reveló los misterios anunciados en el Antiguo Testamento: la existencia de tres Personas en un solo Dios; el destino sobrenatural del hombre y su dignidad por esta llamado a ser hijo de Dios mediante el Bautismo y a la vida eterna con El; el mandamiento supremo del amor a Dios, al prójimo y a sí mismo; y, en definitiva, todo el conjunto de las enseñanzas que la Iglesia recibiría de El como un inagotable tesoro para la vida presente y futura y que ella habría de conservar íntegro y transmitir de generación en generación.

Y así, gracias a esa riqueza espiritual y a la mano providente de Dios sobre el Cristianismo, la religión perseguida por los gobernadores y emperadores romanos triunfó sobre el Imperio y le proporcionó nueva vitalidad, hasta el punto de proyectarse después sobre los pueblos invasores y poder edificar, con ellos, una nueva civilización.