Nos vamos acercando al final de la Cuaresma y nos vamos acercando con la ayuda de la Palabra de Dios al patetismo de los acontecimientos que nos aguardan.
La lectura de Jeremías abunda en ese sentimiento. Pero también nos descubre muchas cosas de nuestra vida espiritual. Y de los “riesgos”, por decirlo de algún modo, que asumimos los cristianos.
Jeremías descubre algo que le aterra. Dios le hace ver lo que se está tramando contra él.
Desde luego, Jeremías era ajeno al complot que se está organizando por parte de los suyos por las predicaciones pesimistas que lanza.
Desde luego, es figura perfecta de Jesucristo. Y estos apaños tan indignos también nos introducen en las maniobras que se cernirán sobre el Señor por parte de los dirigentes de Jerusalén.
Estando Jeremías en un momento vigoroso, le llega esta noticia terrible. Son los espantos de Dios. Los espantos que permite en sus santos, en sus justos.
Esta lectura nos sirve, pues, para comprender los acontecimientos terribles a los que se vio sometido el Señor. Y nos sirve también para interpretar nuestra vida. Nuestra vida cristiana.
¡Cuántas veces, tantos buenos cristianos, se han visto sometidos a las maniobras de muchos, que los tenían por amigos! El cristiano, por su nobleza, por su pureza de espíritu y ánimo, es contemplado como presa fácil. Como presa a la que devorar. El mundo, tantas personas, no van a permitir nunca que se les corrija en “nombre de Dios”.