Ofrecemos los puntos de la Bula Inneffabilis Deus (1854), del Beato Pío IX, que proclamó a María Santísima inmune de toda mancha de pecado. Fijémonos en la precisión y concisión de palabras a la hora de afirmar semejante privilegio concedido a la que habría de ser la Madre de Dios.
“Para honra de la Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia católica, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra: DEFINIMOS, AFIRMAMOS y PRONUNCIAMOS que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, HA SIDO REVELADA POR DIOS y por tanto debe ser FIRME y CONSTANTEMENTE creída por todos los fieles.
Por lo cual, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de dudar en su corazón lo que por Nos ha sido definido, sepa y entienda que su propio juicio lo condena, que su fe ha naufragado y que ha caído de la unidad de la Iglesia y que si además osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el Derecho, si, lo que en su corazón siente, se atreviera a manifestarlo de palaba o por escrito o de cualquiera otro modo externo”.
Una breve explicación sobre el sentido del Dogma sería que la Virgen María consintió en su vocación a la Maternidad y que se entregó sin reservas a tal misión. No hay en Ella desdoblamiento, ni contradicción alguna entre misión y vida, entre función y disposición. Más bien, se pone sin restricciones, ni miramientos a disposición de Dios. Le entregó su ser y su vida de tal modo que quiso pertenecerle total y absolutamente para siempre.
Reclamada completamente por Dios, no impidió, por su parte, que Dios la reclamara en su totalidad. No iba a darle motivos para que Dios le recordase que no era fiel a las gracias recibidas, ni a la respuesta dada a Gabriel. Era plenamente Ella misma, libérrima, pues estaba plenamente con y en la voluntad de Dios. No huyó. Ni se ocultó. Esto es lo decisivo de su disposición. Y, desde ese momento en adelante, todas sus decisiones más particulares estuvieron sustentadas sobre la donación radical de la Virgen. En nosotros suele ser al contrario. Vamos dándole a Dios respuestas afirmativas concretas para llegar a la total consagración.
Finalmente, esta entrega de María a Dios era, a su vez, efecto de la Gracia Divina. Cuanto hizo procedía de su libre decisión, al mismo tiempo que estaba sustentado por la Gracia. Así llegamos al meollo de este Dogma, pues si no nos quedaríamos en su “sí”, que correspondería al Dogma de la Perpetua Virginidad. El fiat de María, la Virgen, se entiende desde su plenitud de Gracia.
La consagración por parte de Dios, que está en el fondo de su elección y su entrega a El, encuentran su forma más impresionante en la INMUNIDAD de María del pecado original y de la concupiscencia desordenada, así como también en la exclusión de todo pecado personal. Ni pecado original, ni tentaciones, ni pecados propios. Nada. Nunca. Jamás. Siempre Pura. Siempre Santa.
La Virgen, POR UNA GRACIA DEL DIOS OMNIPOTENTE y en PREVISIÓN DE LOS MÉRITOS DE JESUCRISTO, salvador de los hombres, FUE PRESERVADA DE TODA MANCHA DE PECADO ORIGINAL.