O, Clavis David – Oh, Llave de David

by AdminObra

Consideramos en este 20 de diciembre, cuarto día de las Ferias de Adviento, la siguiente antífona de la O que dice así:

OH, LLAVE DE DAVID Y CETRO DE LA CASA DE ISRAEL,

QUE ABRES Y NADIE PUEDE CERRAR,

CIERRAS Y NADIE PUEDE ABRIR,

VEN Y LIBRA A LOS CAUTIVOS QUE VIVEN EN TINIEBLAS

Y EN SOMBRA DE MUERTE.

Cuando oímos hablar de llaves y de cetro a un mismo tiempo pensamos en un rey. Si oímos hablar solo de llaves podríamos pensar en un mayordomo, es decir, el “mayor” de una casa, sobre el que recae la responsabilidad de mantener el orden de la misma.

Cuando oímos hablar de llaves, en el contexto que nos ocupa, pensamos en San Pedro, en el Papa, en la entrega que Jesucristo hace de las llaves a aquél con estas palabras “Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos; lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19).

Todos hemos reconocido en este pasaje la concesión a Simón, del Primado sobre la Iglesia, por parte de Nuestro Señor Jesucristo, y, con ello, la autoridad, que le viene del mismo Cielo, de dictaminar lo que es recto y lo que no. Lo que nos haría entrar en el reino de los cielos, y lo que no. Esto es, el que tiene las “llaves” tiene una autoridad, un poder, una responsabilidad. Y el dominio, en principio, lo ejercería sobre unas puertas, elemento esencial en una casa, pues siempre han de estar…guardadas. En este caso, serían las puertas del Cielo.

Abundemos más, pues en atención al siguiente pasaje “Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Pero él puso su mano derecha sombre mí, diciéndome: “No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo” (Ap 1, 18), del libro del Apocalipsis, nos encontramos a Jesucristo resucitado, el Primero y el Último, Principio y Fin, Alfa y Omega, como “el que vive” después de triunfar sobre la muerte, y que tiene, pues, el poder sobre la misma muerte. Y sobre la vida, pues tiene las “llaves”, y sobre el infierno, pues ha descendido al mismo sin quedar retenido. Entró y salió. Y salió para liberar a los cautivos, a todos los “justos” que esperaban su liberación en el sheol. El Señor es Dueño de Vida y Muerte. De su poder, participaría Pedro, y la Jerarquía de la Iglesia.

Pero, ¿por qué la mención de David? Pues en atención al pasaje que recoge el profeta Isaías que dice así “Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David: abrirá y nadie cerrará, cerrará y nadie abrirá” (Is 22, 22).

¿De qué está hablando? Nos habla que Dios, por medio de Isaías, ha desechado a un alto funcionario llamado Sobna que quería establecer alianza con Egipto, lo cual era contario a los intereses religiosos de Judá. Dios, en su lugar, escogerá a otro siervo que será un “padre” para Jerusalén por su probidad, llamado Eliaquim, al que dará como signo de autoridad ante el pueblo, y ante el rey Ezequías, la “llave de la casa de David”, símbolo de su poder de mayordomo de. Su poder será amplio. Nadie se lo podrá discutir “abrirá y nadie cerrará…”. Su poder será incontestable a la hora de tomar decisiones.

Así pues, para finalizar, volveremos al libro del Apocalipsis que nos dice lo siguiente “Esto dice el Santo y el Verdadero, el que tiene la llave de David, de forma que, si él abre, nadie cierra, y si él cierra, nadie abre. Conozco tus obras; mira, he dejado delante de ti una puerta abierta que nadie puede cerrar, porque, aun teniendo poca fuerza, has guardado mi palabra y no has renegado de mi nombre” (Ap, 3, 7-8), son palabras que Jesucristo, resucitado, el Santo, el Verdadero, títulos verdaderamente divinos, que, como nuevo David, ostenta todo el poder mesiánico, dirige a la Iglesia de Filadelfia con la autoridad de Rey eterno que ha vencido a la muerte y al abismo y posee, y solo El, la llave de acceso a la nueva Jerusalén.

La Casa de David es el Reino de Dios. Cristo tiene toda la autoridad en admitir o excluir de la Ciudad de David, la nueva Jerusalén, que es la Iglesia, a través del Papa y de la jerarquía. Y Cristo tiene ese mismo poder para que podamos traspasar las puertas definitivas de la Nueva Jerusalén celestial.

Es lo que admiramos, gracias a esta Antífona, en el Mesías recién nacido, que ha venido para que entremos en la Vida definitiva de manera triunfal. Su “llave”, en consideración que eran de madera y muy grandes y se llevaban al hombro, será… la Cruz. De madera, y que se llevó al hombro. Todo dicho.