Cuando invocamos al Corazón de Jesús como el Hijo del Eternos Padre es de gran importancia, pues en pocas palabras nos manifiesta que todo lo referente al Corazón de Jesús: afecta a la misma Persona de Nuestro Señor Jesucristo. Muy claramente expresó esto Pío XII en la encíclica “Haurietis aquas”, en 1956: “El Corazón de nuestro Salvador expresa en cierto modo la imagen de la Persona divina del Verbo y al mismo tiempo de su doble naturaleza humana y divina, y en él podemos considerar no solamente un símbolo, sino también como la síntesis de todo el misterio de nuestra Redención”. Ya antes León XIII, en la primera encíclica sobre el Corazón de Jesús, “Annum Sacrum”, del 25 de mayo de 1899, hacia ver que tan completo testimonio de piedad como es la consagración al Corazón de Jesús “conviene de un modo especial a Jesucristo por ser príncipe y señor de todas las cosas” y continuaba luego con una exposición sólida de que Jesucristo es el Hijo del eterno Padre.
Es la gran revelación del Nuevo Testamento: Jesucristo es el Hijo de Dios. si se quiere compendiar en una fórmula la actitud de Jesucristo en toda su vida, tal como la describen los evangelios, hay que decir que es la de quien se siente “Hijo de Dios”, en su conciencia más íntima. Esta filiación de Jesús con respecto a Dios hay que calificarla de única en cuanto que es de un género sin igual, superior a toda filiación que se atribuya a cualquier otro hombre. La unicidad de la filiación de Jesucristo implica una trascendencia que hay que calificar de estrictamente divina: Jesús es el Hijo Unigénito, igual al Padre en su divinidad. O lo que es lo mismo: Jesucristo es Dios-Hijo.