MEDITACIÓN VIERNES III CUARESMA (Os 14, 2-10; Mc 12, 28-34)

by AdminObra

Hoy nos encontramos con el Profeta Oseas que profetizó en una época muy convulsa del reino del Norte, o lo que es lo mismo del reino de Israel, en la mitad del siglo VIII a.C. Época de convulsiones e injusticias sociales y de idolatría.

En medio de una situación desesperada, Israel escoge la peor parte que es aliarse con Asiria. Ello supondrá el fin del Reino del Norte y la deportación a Nínive de muchos israelitas.

Así nos pasa a nosotros tantas veces. Buscamos la solución a nuestros problemas en el pecado. Nos ponemos en manos de aquél que cuando pueda nos herirá con zarpa de fiera. La desesperación no nos deja razonar. Las soluciones precipitadas nunca dan buen resultado. El enemigo se ofrece cuando uno está delicado. Quien dice quererte, te dañará. Te pondrá el pie para que caigas y se reirá delante de todos. Ya nos tiene a su merced.

Oseas es unos de los profetas que mejor expresó la alianza de Dios con su pueblo en términos nupciales. Pero ha tenido que expresar, por otra parte, su traición a Dios en términos de engaño o adulterio.

El adulterio, ¿no viene siendo un modo de poner la vida en quien no corresponde por alguna tara afectiva? Israel puso su vida en las manos del Imperio Asirio y fueron arrasados por ello.

La solución, tantas veces, es sufrir en silencio con paciencia y esperanza. Dios siempre llega en nuestro auxilio.

Las palabras de esta lectura son una llamada a la esperanza. El estilo está impregnado de ternura “Vuelve, Israel, al Señor tu Dios”. El Señor, con un amor desmesurado, promete curar nuestras heridas, las que nosotros nos infligimos por nuestras osadías y locuras. Por nuestros adulterios. Nos hemos lastimado por ello.

En la Cuaresma tenemos que dejarnos ganar por el amor de Dios. Dejemos que nos sane y que nos mime. Sabe que nos equivocamos. Sabe que nos dimos cuenta. Sabe que estamos avergonzados.

Jesús nos enseña en el Evangelio que el amor es el holocausto supremo. La Misa, pues. Amar a Dios con toda nuestra alma es el camino correcto siempre. Y la Misa alimenta la capacidad de amar a Dios como El quiere ser amado.