Esta vez el profeta Isaías procura apenarnos, y, razón no le falta. Dios está desilusionado con nosotros. Razón… no le falta. Nos da su Ley, nos ofrece una conducta de vida y rechazamos con prontitud y altivez tanto Don.
Tono triste de este fragmento.
Dios nos adoctrina, expresión que muchos cristianos no soportan hoy en día, y no se entiende el porqué, por nuestro bien. Claro que ha lugar a la tristeza. Sin formación doctrinal somos presa fácil de los cínicos y escépticos.
Tenemos que dejarnos enseñar por el Señor y por su Iglesia. Si somos humildes y nos dejamos guiar los frutos se verán: la satisfacción de un Padre Eterno, la paz interior de sus hijos, el bien común de una sociedad.
El tono de lamento se mantiene en el pasaje evangélico. Trozo bien conocido. Jesús ve que la gente nunca está a gusto. Rechazan todo. Si les pide que vivan en el gozo y en la fiesta, se molestan; si les recomienda que vivan el dolor y la compunción, la gente se vuelve a molestar. Siempre protestando. Con gente así, con un pueblo así, Jesús no puede contar. No le servimos. Quejicas.
Pero la “sabiduría se ha acreditado por sus obras”, dice el Señor al final de la escena. ¿Qué quiere decir? Pues quiere decir que todo los que nos sugiere es bueno y acertado.
Así vivimos. De queja en queja contra todas las disposiciones de la Santa Iglesia. Si nos pide penitencia, nos exaltamos. Si nos pide esperanza, nos indignamos. Si nos pide festejo, nos escandalizamos.
Reflexionemos, en este día de Adviento, si nuestra conducta es necia ante Dios.