MEDITACIÓN LUNES II CUARESMA (Dn 9, 4-10; Lc 6, 36-38)

by AdminObra

Retomamos plenamente la penitencia tras vivir el domingo, que, aunque día del Señor, en este tiempo, tiene que seguir bajo el espíritu penitencial, mas mitigado.

La primera lectura es del libro de Daniel. Un libro profético. Vendría a ser como el libro del Apocalipsis, pero dentro del Antiguo Testamento. Así pues, con un contenido apocalíptico que busca transmitir esperanza en cualquier situación. Pero también contiene una teología de la historia, es decir, busca mantener esa esperanza sabiendo que el Señor es el Dueño de la Historia y que los imperios, por tiránicos que sean, siempre caen. Lo cual puede servirnos para el tiempo actual dominado por una situación que se ha hecho dominante sin violencia física alguna, y netamente contraria a la ley de Dios.

Parece no hubiera retorno. Pero ya veremos. Dios siempre puede más.

Al menos, nosotros, cristianos, hijos de Dios, conscientes de nuestra responsabilidad en nuestro pecado personal y en sus desastrosas consecuencias sociales y comunitarias, tomamos nota del contenido de esta lectura. En ella, Daniel, implora a Dios con oraciones y súplicas, con ayuno, saco y ceniza remordido por la lectura que había hecho del profeta Jeremías. La oración la acabamos de escuchar. Y la Palabra de Dios hemos de leerla con espíritu contemplativo, pues en esta Cuaresma tiene que hacernos llorar. No creo que esté ocurriendo esto. Daniel nos enseña a acudir más a la Sagrada Escritura para conocernos un poco mejor.

En esta oración que prorrumpe Daniel hay una asunción de la responsabilidad en el pecado. La vergüenza consume a Daniel. Sabe que no se “hizo caso” a Dios. Reconoce su pecado, algo que no se ve por parte alguna. Pero Daniel y el pueblo están abochornados. Les consume la culpa. A toda la nación judía le puede el temor. No obedecieron. Talmente nuestro tiempo, que se ha levantado en abierta ira contra la voluntad de Dios inscrita en la naturaleza humana y se ha propuesto desplazar a Dios con desdoro absoluto. Más bien, con abierto odio.

Nuestro Señor Jesucristo, en el Evangelio, nos anima a actuar con corazón grande, con magnanimidad. Nos anima a dar grandes pasos de vida interior. Nos alienta a vivir con amor, misericordia. Nos impele a no perder el tiempo y las fuerzas dando vueltas a lo que tiene valor, ni mérito. Nos anuncia un verdadero aluvión de generosidad celestial si vivimos así, pues a Dios nadie le supera en esplendor.

Grande es el estímulo que nos inculca Jesús para vivir con verdadera libertad, la de los hijos de Dios.