MEDITACIÓN JUEVES II CUARESMA (Jer 17, 5-10; Lc 20, 19-31)

by AdminObra

Volvemos a encontrarnos con el profeta Jeremías en la Primera Lectura de este día cuaresmal. El contenido del pasaje es completamente distinto al del día anterior. Este pasaje es considerado sapiencial por el tipo de pautas que aconseja. El tema principal es confiar en el Señor. Parece sencillo. Un simple acto de la voluntad. Sin embargo, nos hacemos cargo que la confianza que pide el Señor es algo así como lanzarse en paracaídas confiando en el procedimiento de apertura de la tela que amortiguará mi llegada a tierra. Confiar totalmente. Esto nos pide el mayor desprendimiento intelectual que podamos intuir. Podríamos decir que ser una persona prudente es aquel que confía plenamente en Dios, pues el prudente es el que “ve” con anticipación.

La confianza plena en el Señor es fecunda para todos. Para uno mismo, y para los demás. Da una enorme libertad interior; una gran estabilidad emocional; una coherencia de vida imbatible. Se gana en fortaleza. Es renunciar a todas mis defensas para que el Señor sea mi único baluarte.

Esta confianza exige, pues, una decisión del corazón, que es el centro neurálgico de la persona. La sede de las decisiones y del conocimiento. Es nuestro impulso.

Jeremías, con un acierto grande, observa, sin embargo, que “nada hay más falso y enfermo que el corazón”. Y es verdad. Qué poco acertamos. Siempre pendiente de todos a la hora de tomar una decisión. Nunca pendiente del amor que Dios nos tiene. Jeremías se pregunta “¿Quién lo conoce?”. Evidentemente, Dios. Pues en el corazón del hombre acampa el Señor.

¡Qué pena que, siendo la sede de las decisiones, y siendo albergue del Señor, nuestras decisiones sean más propias de vaivenes! Hemos de saber que las decisiones que parten del corazón son para siempre. Y son para siempre porque han de ser fructíferas para muchos. Pero ello exige que mi libertad sea la de Dios.

Epulón fue un desgraciado que confió en la cantidad de comida que podía meter en su estómago. No pensó que si perdía por ayudar a Lázaro Dios lo cuidaría también a él. Siempre con miedo a perder algo, simplemente algo, y algo que no vale para nada.

Tantas veces que hemos puesto nuestra confianza en los esquemas y no en la Gracia. Y nos extrañamos de nuestra falta de fruto en la vida y en la Iglesia.

Al Señor hay que confiarle en primer lugar nuestra Salvación. El modo de hacerlo es darle a las cosas un valor relativo. Y darle a Dios y a la oración un valor pleno. No tener miedo a perder. Confiar en el Señor es síntoma de un corazón muy, muy, muy fuerte.