SEGUNDA LECCIÓN: “CONSECUENCIAS PARA NUESTRA VIDA PRÁCTICA”
De lo que decíamos en la lección anterior se deducen varias conclusiones:
- Cada uno de nosotros es SOLIDARIO CON TODOS en el Cuerpo Místico de Cristo. Para bien y para mal. Todo pecado personal, aunque sea venial, deteriora al mundo; toda obra buena, aunque sea pequeña y oculta a los ojos de los hombres, perfecciones y eleva el mundo hacia Dios. Una pequeña infección en mi vida cristiana daña a todos, una pequeña mejora en mi vida cristiana es un bien para todos. Somos solidarios. Un cristiano puede vivir solo, pero no “aislado”.
Nuestra vida y actividad repercute en los demás. Cualquier detalle de nuestra vida individual, bueno o malo, no es jamás una cosa estrictamente privada, sino que forma parte de la historia de la salvación de toda la humanidad.
Pensemos: la salvación de los hombres depende de mí. El destino eterno de muchas almas alejadas de Dios está en mi poder, en mi mayor o menor incorporación vital a Jesucristo. ¡Es una solidaridad maravillosa y estimulante!
- Si todo lo de cada uno repercute en los demás, TODO TIENE UN VALOR ENORME. Recoger un hilo del suelo, soportar el dolorcillo del reúma, pelar unas patatas, atender un cliente en la oficina, puede tener un peso en la eternidad en la balanza de Dios. Puede mejorar o empeorar el mundo.
En la vida de un cristiano, no hay un segundo del día que no signifique nada; si vive en gracia, aun en los momentos que dedica al descanso son santificadores. No hay acción u omisión, por banal que parezca, que sea ante Dios indiferente o neutral.
- La razón última, es que cualquier detalle de nuestro ser y de nuestra vida y actividad es, por estar incorporados a Cristo, un detalle de LA VIDA Y ACTIVIDAD DE CRISTO EN NOSOTROS.
Ahora bien, la vida de Cristo en nosotros no es una especie de casualidad, ni una vida sin sentido, de pura rutina. Por eso, todo lo nuestro tiene un significado. ¿Cuál? La vida de Cristo es una vida para algo: PARA LIBERAR (REDIMIR) a la humanidad, para sacarla del mal moral que es el pecado.
El que piense que la vida del cristiano es inercia, casi pasividad o resignación fatalista ante los males del mundo, piensa mal. Jesucristo sigue redimiendo a los hombres, y su actividad redentora no es angustiosa, sino serena y constante; sigue llamando a cada uno, actuando silenciosamente en el corazón de cada uno, para liberarlo de la soberbia y del egoísmo y darle la plenitud de vida divina de la que cada uno es capaz.
La vida de Cristo sigue siendo redentora. La vida de Cristo en nosotros hace que todo lo nuestro sea colaboración a la Redención.
Algunas citas bíblicas para considerar: 1Cor 12, 12-26; Flp 2, 1-8.