La Virgen María es modelo de la perseverancia de la Iglesia, de la valoración de lo cotidiano en una tensión espiritual que se renueva día a día.
La experiencia de la Virgen María en el Misterio de Cristo no es sólo la de los grandes momentos (Anunciación, Encarnación, Visitación, Natividad, Crucifixión, Pentecostés), sino la de los momentos ordinarios que han precedido a estos acontecimientos o los han seguido, desde la preparación en “silencio” del Misterio de la Encarnación en su hogar, hasta la larga jornada de Nazaret durante los años de la vida oculta, a la misteriosa participación en los meses de la vida pública del Señor, su Hijo, el extenso periodo de vida con la primitiva comunidad en Jerusalén, de la cual no tenemos testimonio explícito.
La Memoria de la Virgen María acompaña el Tiempo Ordinario de la Iglesia, tanto en la celebración de la Santa Misa como en el rezo de la Liturgia de las Horas, con la recitación del Magnificat, en las Vísperas, y con el canto o rezo final, en las Completas en la noche.
Así pues, igual que Cristo llena todo el tiempo con su presencia, la Virgen María nos puede ayudar a descubrir al Señor en todas las cosas tal como hacía ella, y nos puede ayudar a vivir en la virtud de la paciencia que hace nuevas todas las cosas.