Con este ritual, con este sacramental, inauguramos un tiempo que terminará con Pentecostés, con la acogida del Espíritu Santo como principio inestimable para vivir nuestra fe en plenitud y poder cumplir la exhortación de “Sed Santos”. Sólo acogiendo al Espíritu Santo será factible.
Antes, en la primera etapa de este periodo, en los cuarenta días que tendremos por delante, habremos de preparar el Acontecimiento por el cual se darían las “combinaciones” para que se pudiere derramar al Paráclito, a saber, la Resurrección de Jesucristo, después de su Pasión dolorosa y de su Muerte en Cruz, y la Ascensión a los Cielos para colocarse a la diestra de Dios Padre.
Estos cuarenta días se ven inspirados, y pueden ser reflejo, de los cuarenta días de lluvias torrenciales y purificadoras del Diluvio antes de establecer Dios una nueva Alianza por la corrupción de la humanidad (Gn 7, 12); de los cuarenta años de travesía por el Desierto al salir de la esclavitud de Faraón para poder entrar en la Tierra Prometida de Canaán (Ex 16, 35); de los cuarenta días y noches de Moisés en el Sinaí ayunando y acogiendo las Tablas de la Ley (Ex 34, 28; Dt 9, 9); de los cuarenta días de Elías camino de ese mismo Monte para encontrarse con el Dios de la Alianza (1Re 19, 8); finalmente, de los cuarenta días del Señor en el Desierto llevado a él por el Espíritu y derrotar al Demonio con el combate cristiano y la Palabra de Dios antes del inicio de su misión mesiánica (Mc 1, 13).
El simbolismo de la Ceniza es muy antiguo y muy popular. La ceniza nos recuerda que el hombre está hecho de polvo de la tierra y es caduco; debería ayudarnos a ser humildes.
Abraham reconoce que no tiene derecho a nada porque es “polvo y ceniza” (Gn 18, 27).
Durante el Antiguo Testamento es recurrente el uso de la ceniza sobre las cabezas de los penitentes como muestra de dolor por el peso de sus pecados.
Signo austero que la comunidad cristiana recibe sobre sus cabezas después de escuchar la llamada a la conversión en la Palabra de Dios.
La Ceniza simboliza al “hombre viejo” que ha de transformarse en el “hombre nuevo” gracias al Fuego de Pentecostés.