Hoy, 6 de marzo, la Iglesia celebra a:

by AdminObra
  1. San MARCIANO, obispo y mártir. En Tortona, Italia. (s. inc.).
  2. San VICTORINO, mártir. En Nicomedia. (s. inc.).
  3. San QUIRICO, presbítero. En Tréveris. (s. IV).
  4. San EVAGRIO, obispo. En Constantinopla. Desterrado por el Emperador Valente siendo confesor en la fe eximio. (378).
  5. San JULIÁN, obispo. En Toledo. Inició tres concilios en esta ciudad y expuso con escritos la doctrina ortodoxa, dando muestras de caridad y celo por las almas. (690).
  6. San FRIDOLINO, abad. En Helvecia. Oriundo de Irlanda, peregrinó por Francia hasta que en esta ciudad fundó un doble monasterio en honor a San Hilario. (s. VIII).
  7. San CRODEGANGO, obispo. En Metz. Dispuso que el clero viviese como tras los muros de un claustro, bajo una ejemplar regla de vida, y promovió de modo admirable el canto en la Iglesia. (766).
  8. CUARENTA Y DOS SANTOS MÁRTIRES. En Siria. Apresados en Frigia, fueron llevados al río Éufrates donde fueron martirizados. (848).
  9. San OLEGARIO, obispo. En Barcelona. En el Reino de Aragón asumiría también la cátedra de Tarragona al ser esta antiquísima sede liberada del domino de los musulmanes. (1137).
  10. Beata ROSA de VITERBO, virgen. Toscana. Terciaria franciscana. Asidua en la caridad. Murió santamente con 18 años. (1253).

Hoy recordamos especialmente a SANTA COLETA BOYLET

Nació en 1381, su madre ya tenía 60 años y no había podido tener hijos. Su padre era carpintero en un convento benedictino, así que Coleta – diminutivo de Nicoleta en honor a San Nicolás de Bari al que se le atribuyó la gracia de su nacimiento – creció respirando la gratuidad de Dios. Muy pronto se sintió llamada y comenzó a tener visiones y una gran comunión con Él; a los 9 años el Señor le confió lo que sería la misión de su vida: la reforma de las Clarisas. Pero llevará tiempo. Mientras tanto, Coleta se preparó practicando la caridad y la penitencia, experimentando un amor tan intenso a Dios, que la hacía salir de sí mientras contemplaba extática las verdades de la divina revelación. Por efecto de su oración, Dios realizó varias señales milagrosas incluyendo algunas resurrecciones.

Huérfana a la edad de 18 años, Coleta fue confiada al Abad de Corbie. La búsqueda del camino para realizar su vocación comenzó con una primera experiencia entre los voluntarios del hospital local, luego se fue con las Clarisas urbanas y, finalmente, llegó con los benedictinos. Coleta, sin embargo, se sentía todavía incierta y muy confundida: no podía encontrar lo que buscaba, su sed de Dios no estaba satisfecha. Conoció luego al padre franciscano Pinet y se convenció de entrar en la Tercera Orden Franciscana. Se hizo encerrar entre los muros de una pequeña habitación junto a la iglesia y allí vivió como una reclusa entre 1402 y 1406, pasando sus días en la oración, la penitencia y cosiendo ornamentos, vestidos y ropas para los pobres. Podía recibir visitas, pero sólo se comunicaba con ellas a través de una rejilla. Como ella misma escribe, el tiempo transcurrido era en parte rico en gracia, en parte en sufrimiento: Coleta, de hecho, se preguntaba cada vez más insistentemente sobre su futuro e inicialmente creyó que estas dudas venían del diablo. Sólo cuando se dio cuenta de que el plan de Dios necesitaba conducirla por ese duro proceso para abrir un camino en su alma, se sintió finalmente libre para tomar una decisión.

En 1406 Coleta recibió el velo de las Clarisas de manos de Benedicto XIII, considerado en Francia como el Papa legítimo, y pronunció sus votos según la regla de santa Clara. Este fue el comienzo de su profunda labor de reforma de la Orden, que no iba a ser otra cosa que un serio regreso a las costumbres más austeras de los orígenes, a la oración personal y comunitaria, a la vida penitencial ofrecida por la unidad de la Iglesia. El primero en aceptar el nuevo curso fue el monasterio de Besançon; luego nacieron muchas nuevas fundaciones en poco tiempo. Incluso 12 conventos masculinos aceptaron la reforma, sin haber tenido que cambiar a los superiores; al final, su obra fue aprobada por el Ministro General Franciscano y, en 1458, por Pío II. Los «pequeños monasterios», llamados así en su honor, que han llegado hasta nosotros, son unos 140 diseminados por todo el mundo.