- Santa ÁGUEDA, virgen y mártir. En Sicilia. Siendo aún joven, en medio de la persecución mantuvo su cuerpo puro y su fe íntegra en el martirio. (251).
- SANTOS MÁRTIRES, en el Ponto, Turquía. Muchos dieron la vida por Cristo durante la persecución de Maximiano. Unos fueron rociados con plomo derretido, otros atormentados con cañas puntiagudas clavadas bajo las uñas, y los restantes vejados con tormentos hasta la muerte. (s. III).
- San AVITO, obispo. En Vienne, Francia. Durante el reinado de Gundobaldo, con su fe y su actividad pastoral defendió la fe en la Galia ante los arrianos.
- San INGENUINO, obispo. Alto Adigio, Italia. (605).
- San LUCAS, abad. En Lucania, Italia. Llevó una vida monástica, primero en Sicilia y después, por culpa de los sarracenos, en otros lugares. Murió en Armento, en el monasterio fundado por él mismo. (995).
- San SABAS, el “joven”, monje. en Roma. Junto con su hermano San Macario difundió la vida cenobítica por Calabria y Lucania, durante la presencia musulmana. (995).
- San ALBUINO, obispo. En Trento, Austria. (1006).
- Santa ADALHEIDE, abadesa. En Colonia. Primera abadesa del monasterio de Vilich, en el que introdujo la Regla de San Benito, y después del monasterio de Santa María de Colonia, donde falleció. (1015).
- Beata FRANCISCA MÉZIÈRE, virgen y mártir. En Laval, Francia. Dedicada a educar niños y a curar enfermos, durante la Revolución Francesa fue muerta por odio a la fe. (1794).
- San JESÚS MÉNDEZ, presbítero mártir. En México. Martirizado por su fe durante las guerras cristeras. (1928).
Hoy recordamos especialmente a la Beata ISABEL CANORI MORA
Nacida en Roma el 21 de noviembre de 1774, Isabel provenía de una familia profundamente cristiana. Estudió en un convento agustino y destacó por su inteligencia y vida espiritual. Se casó con Cristóforo Mora en 1796, pero su matrimonio se vio empañado por la violencia y el abuso de su esposo.
A pesar de ello, Isabel mostró una fortaleza extraordinaria. Se convirtió en el pilar de su familia, sacando adelante a sus hijos en medio de la adversidad y el abandono. Aunque enfrentaba la violencia y el desprecio de su esposo, Isabella respondió con paciencia y amor, dedicando su vida a la oración y al cuidado de sus hijos.
Experimentó una misteriosa enfermedad en 1801 que la llevó al borde de la muerte y la sumergió en experiencias místicas. Unida a la Orden Terciaria Trinitaria, Isabel dedicó sus días a la oración y al servicio de los necesitados. Su hogar se convirtió en refugio para muchos en busca de ayuda espiritual y material.
Isabel falleció el 5 de febrero de 1825, asistida por sus hijas. Poco después, su esposo se convirtió y se unió a la misma orden religiosa.