- Santa VISIA, virgen y mártir. En Las Marcas, Italia. (s. inc.).
- San JULIO I, papa. En Roma. Frente a los ataques de los arrianos, custodió la fe de Nicea, defendió a San Atanasio, y reunió el Concilio de Sárdica. (352).
- San ZENÓN, obispo. En Verona. Con su trabajo y predicación condujo a la ciudad a la conversión. (372).
- San SABAS GODO, mártir. En Capadocia. Durante la persecución de Atanarico, rey de los godos, por haber rechazado los alimentos inmolados a los ídolos, fue arrojado a un río tras crueles tormentos. (372).
- San CONSTANTINO, obispo. En la Galia. (517).
- San DAMIÁN, obispo. En Lombardía. Cuya carta sobre la recta fe, referente a la voluntad y al obrar de Cristo, fue leída en el Concilio III de Constantinopla. (697).
- San BASILIO, obispo. En Helesponto. Por defender el culto de las sagradas imágenes, padeció azotes, cadenas y exilio. (735).
- San ERKEMBODONE, obispo y abad. En la Galia. (742).
- San ALFERIO, abad. En Campania. Después de ser consejero de Guaimario, duque de Salerno, se hizo discípulo de San Odilón en Cluny y se distinguió de forma excelente en la observancia de la vida monástica. (1050).
- Beato LORENZO, presbítero. Lisboa. Jerónimo. Cuya eximia piedad atrajo a muchísimos penitentes a su cenobio. (s. XIV).
- Santa TERESA de JESÚS FERNÁNDEZ SOLAR, virgen. En Los Andes, Chile. Carmelita. Consagró su vida a Dios por el mundo pecador, y a la edad de veinte años murió consumida por el tifus. (1920).
- San DAVID URIBE, presbítero y mártir. En Chilpancingo, México. En tiempo de persecución contra la Iglesia padeció el martirio por confesar a Cristo Rey. (1927).
Hoy destacamos a SAN JOSÉ MOSCASTI
Nació en 1880 en Benevento, en una familia aristocrática.
Como su padre era juez, hubo de cambiar muchas veces de residencia.
En las escuelas destacó por su inteligencia.
En 1897, al morir su padre, decidió estudiar medicina y se inscribió en la universidad de Nápoles.
Allí encontró un mundo enfrentado entre materialistas y católicos. Concluyó la carrera de modo brillante en 1900.
En 1904 fue al “Hospital de Incurables”. Aquí hizo una gran labor.
Buscaba conocer la situación del cuerpo y de la mente de los enfermos para proceder a diagnósticos acertados y tratamientos médicos oportunos.
Cuando la erupción del Vesubio en 1906, él corrió a un hospital de Torre del Greco donde trabajó sin descansar hasta que todos los enfermos fueran trasladados.
Igual actitud de entrega tuvo en una epidemia de cólera en 1911.
En 1908 fue jefe del Instituto de Química Psicológica, lo que le obligó a dar clases y a escribir. En 1911 fue el director del Hospital de los incurables.
Era un cristiano ferviente. Cada día recibía la Sagrada Comunión, dedicaba un tiempo a la oración y llenaba su actividad profesional de espíritu de oración y de entrega a la voluntad de Dios. No intentó nunca enriquecerse con su trabajo, sino servir a los demás. Atendió a muchos pobres gratuitamente, y pagaba las medicinas con su dinero.
En 1927, al término de una conferencia de un doctor emérito, anticristiano, cayó, éste, de un colapso mientras todos le aplaudían. José corrió al lado del enfermo, le tomó el pulso y se dio cuenta de que estaba moribundo. A través de un apretón de manos aceptó el acto de contrición, y seguidamente murió en manos de José que lo recitó.
En ese mismo año murió José, con sólo 47 años. Acaba de asistir a Misa, y había ido, como siempre, a visitar a sus padres.