EL PROYECTO DE DIOS: PENTECOSTÉS, O EL “MATRIMONIO ESPIRITUAL”

by AdminObra

El simbolismo que mejor expresa la Alianza de Dios con su pueblo en el Monte Sinaí y el don de la Ley es sin duda el de las ‘bodas’, que aparece en el Nuevo Testamento.

La alianza en el Sinaí, y por consiguiente la fiesta de Shabuot, se ve en la tradición judía como una ceremonia matrimonial entre Dios, el Esposo, e Israel, la esposa.

Dios se ha desposado con su pueblo en el Sinaí: Moisés es el ‘padrino’, el amigo del esposo (Jn 3, 29), como Juan el Bautista, que se definía como ‘amigo del esposo’, el Mesías. Las nubes o la cima de los montes son el ‘baldaquino’ nupcial; las tablas de la Ley representan el ‘contrato nupcial’.

Para esta ocasión Dios ha preparado a su esposa bella e inmaculada: ha curado todas las enfermedades del pueblo que había llegado al Sinaí ciego, cojo, enfermo. Lo primero que hizo Dios es hacer bella a su esposa.

Esto se logrará perfectamente con el Mesías, Cristo, que empieza a hacer curaciones en su ministerio público.

El Desierto es como el ‘noviazgo’. Ya lo decían Jeremías y Oseas.

Cuando en el Sinaí, Dios entregó la Ley a Israel, le consignó a su esposa el contrato matrimonial.

Cristo cumple todas estas realidades. Las lleva a plenitud. Llevará el Antiguo Testamento a plenitud.

Cristo establecerá, pues, la Nueva Alianza, el Nuevo Testamento, pues Cristo es el Esposo (Mc 2, 19) y la Iglesia, la Esposa (1Cor 6, 15-17), purificada y santificada por el baño bautismal, revestida con vestiduras blancas, preparada como una mujer que se adorna para su marido.

Ella es la esposa inmaculada del Cordero inmaculado.

El bautismo es un misterio nupcial, que consiste en el ‘baño de bodas que precede al banquete de bodas, la Eucaristía’.

Juan el Bautista, y después los Apóstoles, son los padrinos, los amigos del Esposo.

En la Encarnación y en la ofrenda de la propia vida, Cristo se ha desposado con nuestra humanidad.

Ahora, el Espíritu inscribirá la Ley en el corazón.

La Cruz ha sido el tálamo nupcial, en el que el nuevo Adán ha dado la vida, de su costado, a la nueva Eva, la Iglesia. Las bodas definitivas entre Dios y la Iglesia, las ‘bodas del Cordero’, anticipadas ya en la Eucaristía, se celebrarán en la Jerusalén celestial, donde Cristo será uno con la Iglesia.

El don del Espíritu Santo permite la unidad del hombre con la Santísima Trinidad: Cristo y la Iglesia se hace una sola cosa, el cristiano y la Trinidad son uno, en un matrimonio místico y espiritual. Éste es el cumplimiento perfecto del misterio pascual verificado en el Pentecostés cristiano: la unidad perfecta con la Trinidad, gracias al don del Espíritu Santo infundido en el corazón de los creyentes.