“DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS…”

by AdminObra

Es dogma de fe que el alma de Cristo descendió, después de la muerte, a los infiernos. Así ya es recogido en el Símbolo Apostólico, en su redacción más reciente (siglo V). Igualmente lo contiene el Símbolo “Quicumque”. El IV Concilio de Letrán (1215) precisó más a este respecto: “descendit ad ínferos… sed descendit in anima”, es decir, sólo el alma humana (que nunca se separó del Verbo).

La bajada de Cristo a los infiernos no ha de entenderse como un movimiento espacial.

No se trata de eso.

Significa que Cristo se reveló a aquellos difuntos de todos los tiempos y de todos los pueblos, pero a quienes estaba prohibido el acceso a la visión de Dios, porque antes de la muerte de Cristo nadie pudo penetrar en el Santuario del Altísimo (Hb 9, 8).

Les llevó la noticia de que había llegado la hora de la libertad.

Fue la misma buena nueva que el Buen Ladrón oyó en la cruz poco antes de morir (Lc 23, 43).

Nada nos induce a aceptar que Cristo se presentar también a los condenados o a los que se encontraban en el Purgatorio.

En definitiva, Cristo bajó a los infiernos para anunciar a todos los que allí estaban la Redención y Victoria sobre el pecado, la muerte y el demonio. Y por “infiernos”, en este caso, hemos de entender el “limbus Patrum” (o “Seno de Abraham”), esto es, el lugar donde moraban las almas de los Justos que morían antes de la Redención para aplicarles esos frutos redentores, es decir, hacerles partícipes de la visión beatífica de Dios.