Sin abandonar la espiritualidad francesa del siglo XVIII, en un devocionario eucarístico de mediados de siglo, escritor por el P. Jean Paul Dusault, O.S.B., que tuvo gran aceptación en Francia, se leía “Vos sois, ¡Oh Jesús Mío! mi Criador, mi Rey y mi Padre. (…). Venid, ¡Padre mío! a libertar vuestro desgraciado hijo”.
Esta invocación a Jesús como “Padre”, presente en el Santísimo Sacramento del Altar, resulta todavía más sorprendente. Sin embargo, al igual que todas las demás que se van citando, nunca despertó la alarma ni cosechó la menor de las objeciones por parte de aquellos que estaban encargados de velar por la ortodoxia.
A finales del siglo XVIII, la Cofradía de los Marrajos de Cartagena, en una novena de su impresión, mandaba recitar a la hora de poner la Cruz sobre los hombros de Jesús, lo siguiente “Amorosísimo Padre, dulce Jesús mío, cuya caridad infinita, y misericordia soberana, os pone sobre los hombros, en esa Cruz, el peso enorme de mis pecados (…)”.
Y así más textos que eran compuestos por clérigos y, con gran probabilidad, religiosos provistos de una buena formación teológica. Los mismos que, con frecuencia, predicaban en los púlpitos de conventos y parroquias.
Ciertamente, la predicación es un buen camino para conocer de cerca la teología y la espiritualidad de cada momento histórico. La oratoria sacra de los siglos XVII y XVIII se ha caracterizado por su barroquismo; sin embargo, no faltaron predicadores de gran altura y de gran influencia en la vida espiritual.
Así el Padre jesuita Pedro de Calatayud (1689-1773), uno de los oradores sagrados con mayor prestigio en la España de entonces. Recorrió cientos de kilómetros y subió a los púlpitos más acreditados, especializándose en las Santas Misiones. En un Catecismo que escribió se lee “A Vos que sois mi Dios, mi Padre, mi Criador, mi Pastor, y mi Redentor”.
También Fray Francisco de Armañá (1718-1803), obispo de Lugo y más tarde arzobispo de Tarragona. Tuvo fama de excelente orador. No son escasas las ocasiones en las que se refiere a Cristo como PADRE, normalmente en el contexto de predicaciones cuaresmales. Manifiesta especial predilección a la hora de invocarle como “Nuestro Padre Amantísimo”.
También Joaquín Antonio Eguileta, quien invocaba con frecuencia a Jesucristo como “Padre mío amantísimo, Padre clementísimo”, pidiendo misericordia por haber pecado contra El que es “Nuestro Padre”.