Otro aspecto que alimenta nuestra espiritualidad dominical sería la consideración del Día del Señor desde la perspectiva de “UN DÍA NUEVO, UN DÍA PARA LA NOVEDAD DE LAS OBRAS”.
¿Qué quiere decir esto?
El descanso dominical no debe ser entendido, para un cristiano católico, claro está, pues no debe ser entendido, escribíamos, como un perezoso ocio o una evasión que desconcentra las energías espirituales. El verdadero reposo del domingo consiste en cumplir las OBRAS DE LA NOVEDAD, esto es, LA CARIDAD HACIA LOS NECESITADOS, con aquella delicadeza que ha sido siempre propia de la Iglesia.
En la Antigüedad cristiana, como todavía hoy para algunos grupos, el domingo es el día de la caridad social, de las obras de misericordia, de la comunión de bienes, cambiando el concepto egoísta que podría tener hoy el domingo en un CONSUMISMO QUE NO DESCANSA, SINO QUE CANSA, QUE NO CONSTRUYE, SINO QUE LASTIMA EL ESPÍRITU.
De esta forma, el domingo vivido para el Señor se convierte en día para los hermanos necesitados, para llevar el gozo y el anuncio eficaz de la Resurrección del Señor. Incluso en la visita de oración y esperanza al cementerio se celebra el misterio de la Resurrección.
Está claro que no todo se puede hacer en un solo domingo, pero a través de cada oportunidad que se ofrece, estas obras de la vida nueva pueden marcar con sencillez y con verdaderos frutos de renovación espiritual el ritmo del tiempo.
Hasta el Catecismo de la Iglesia Católica, cómo no, insiste acerca del sentido positivo del descanso y de la posibilidad de dedicarse a las buenas obras, pero también al silencio, la oración cristiana, la dedicación a la cultura. Un verdadero descanso que enriquece y construye a la persona.