Hoy veremos el Día del Señor desde la liturgia en esta última “entrega” de breves consideraciones sobre el día más importante de la semana para la fe.
Así pues, desde una óptica litúrgica, y de distribución del tiempo, recordamos que todos los domingos del año litúrgico son domingos pascuales, PASCUA SEMANAL, incluso aquellos que coinciden en los tiempos litúrgicos especiales: ADVIENTO y NAVIDAD, CUARESMA y PASCUA.
Refiriéndonos a los que son llamados domingos per annum o del tiempo ordinario, señalamos que 33 o 34, aunque algunos son ocupados por celebraciones especiales de fiestas propias del Señor (Jesucristo, Rey del Universo) o trasladas a este día de la semana (Ascensión y Corpus Christi).
Tienen por tanto una preferencia sobre otras fiestas (a no ser que ciertas festividades, prevalezcan por cierta conveniencia pastoral en casos muy puntuales), y comienza con las vísperas del domingo que nos introducen en el Día Nuevo, Día del Señor.
La Iglesia nos presenta una LECTURA de la Palabra de Dios preparada y programada para los domingos del Tiempo Ordinario.
Revela el deseo de hacer del domingo el día de la asamblea que escucha la Palabra; de la Catequesis Litúrgica, insertada en la celebración de la Eucaristía.
Una celebración de la Palabra que merece ser esmeradamente proclamada, explicada, comentada, escuchada para poder vivirla como oración acción de gracias en la Eucaristía, y como NORMA de la EXISTENCIA CRISTIANA más allá de la liturgia.
El domingo tiene TRES CICLOS marcados por la lectura semicontinua del Evangelio:
- CICLO A: SAN MATEO;
- CICLO B: SAN MARCOS (y el capítulo VI de San Juan);
- CICLO C: SAN LUCAS.
Ahora estamos en el Ciclo C.
La Segunda Lectura, o del Apóstol, es generalmente una perícopa escogida en una lectura semicontinua de los escritos apostólicos; de por sí, casi sin relación orgánica con las otras dos lecturas (Primera Lectura y Evangelio), pero siempre susceptible de ser explicada de manera autónoma o con cierta concordancia (haciendo que concuerde, vamos), dando el carácter doctrinal o parenético (exhortación) que puede revestir. Nunca olvidemos que, aunque no diga relación directa con las otras dos lecturas bíblica, toda la Sagrada Escritura goza del don de la “unidad”.
La Primera Lectura del Antiguo Testamento concuerda siempre con un aspecto del Evangelio que se acaba de proclamar. Es necesario, por tanto, que hay la suficiente capacidad para unir el sentido de la Primera Lectura y del Evangelio, para explicar el ANUNCIO, la PROFECÍA y el CUMPLIMIENTO de las Escrituras, dentro de una línea de progresividad pedagógica.