La celebración de la Manifestación del Señor según la carne se ha prolongado en los días pasados con la Octava de Navidad. Ya hemos salido de la misma. Y entramos en otra etapa litúrgica navideña en la que nos seguimos encontrando con esa Manifestación llena de Gloria, que se ofrece a todos los hombres. La Gloria del recién nacido, será la Gloria del Crucificado.
En esta etapa nos dispondremos a entrar en la parte “epifánica” de las navidades, acontecimiento que significa “manifestación”. Ya lo hemos dicho. Las fiestas más epifánicas serán la propia “La Epifanía”, el 6 de enero, y “El Bautismo del Señor”, el primer domingo después de “La Epifanía”. En ambos momentos se manifiesta la Gloria del Hijo de Dios. Hay otro acontecimiento, y que posiblemente no imaginamos, que forma parte de esta tríada epifánica, a saber, “Las bodas de Caná”, donde “manifestó su Gloria y sus discípulos creyeron en El” (Jn 2, 11c) tal como recoge el evangelista San Juan. Pero todavía hay más acontecimientos festivos relacionados con el gran misterio de la Navidad, y es la fiesta de “La Presentación del Niño Jesús en el Templo y la Purificación de su Santísima Madre”, el 2 de febrero, justo a los cuarenta días del inicio de estas Pascuas. Ya sabemos que el número cuarenta tiene un sentido de plenitud. Ese día, pues, supondría el final del tiempo navideño, aunque en Occidente lo remataremos el próximo domingo con la fiesta susodicha de “El Bautismo”.
Estas celebraciones, por lo tanto, las iremos considerando en los sucesivos días.
No en vano, fijémonos en que el tiempo de la Navidad, o tiempo natalicio en honor al Niño Jesús, es el tiempo de la manifestación progresiva del Salvador. Las primeras revelaciones o manifestaciones fueron a los pastores, a los Reyes Magos, a Simeón y Ana… hasta que llegue la manifestación a Israel en plenitud el día de su Bautismo.
Hemos de saber, al mismo tiempo, que el aparente desorden en las celebraciones de las grandes fiestas navideñas es, eso, aparente. No le interesa tanto una exposición cronológica, aunque del dato histórico nunca se prescinde para evitar cual atisbo de gnosticismo o mitomanía o creencia en una especie de demiurgo, cuanto una exposición mistérica, del gran Misterio del Niño que vino al mundo a ser “Luz que alumbra a la naciones y Gloria de su Pueblo Israel”.