Mientras está durmiendo San José, recibe en sueños la aparición de un ángel que se dirige a él diciéndole “José, hijo de David”. Así, con ese respeto, le habla el mensajero celestial a San José. San José es el heredero de una raza. Es de sangre real y por ser de la Casa y Familia de David, irá a empadronarse a Belén, cuna de la dinastía davídica.
Lo más importante es subrayar la divinidad de Cristo. Jesús es Dios, y nació de María Virgen, pero a veces para defender esta verdad fundamental, lo han querido hacer poniendo a San José como viejo, feo y en la sombra. Lo que defiende la virginidad de María no es la vejez, es la santidad de San José.
San José es joven cuando se casa con María. Así era la costumbre judía. Es descendiente de David, y de David sí se nos dice en el Libro de Samuel que “era rubio, de hermosos ojos y buena presencia” (1 Sam 16, 12). Lo mismo se repite cuando se va a enfrentar con Goliat “un muchacho rubio y de hermoso aspecto” (1Sam 17, 42). También sabemos que era fuerte pues se peleó con un león en el desierto (1Sam, 17, 34).
San José heredaría, de algún modo, estas cualidades de nobleza, fortaleza y belleza. El que iba a custodiar al más hermoso de los hijos de los hombres (Cant 1, 8), tenía que mostrar ese aspecto noble que además traslucía la bondad y la verdad de su corazón. Por tanto, San José es maestro de castidad custodiando a la Virgen María cumpliendo de ese modo el querer de Dios.
Meditemos en su nobleza y en la belleza de una vida pura al lado de la Sagrada Familia.