San José fue el santo más grande junto con la Virgen María. Su vida también fue una peregrinación en la fe. En esa peregrinación hubo también un crecimiento en la gracia.
San José vivió pobremente, pero con dignidad. Pobre de espíritu, pobre en lo material. Recordemos Belén, Egipto, … Eran como las familias sencillas del entorno. Vivió la pobreza sin murmuraciones, sin impaciencias, sin codicias. Él tiene puesta la confianza en Dios.
San José no tiene el alma puesta en riquezas, en las importancias ante los demás, ni en el orgullo. Vive desprendido. Tranquilo. Sí que trata de llevar el pan de cada día a su familia bendita. Su tesoro, su corazón son para Jesús y María.
Como San Pablo, todo para él es basura con tal de ganar a Cristo en su vida.
San José lo ha dado todo. No le queda nada. Ha dado su vida por la Redención. Pero cuántos consuelos de amor habrá recibido de su Hijo, de su Esposa. Santo pobre y humilde que no busca nada para sí. No lo imaginamos pendiente de la fama, ni de la reputación, ni del dinero, … y ello conmueve el corazón del Eterno.
San José sólo quiso vivir con filial reverencia, pues es hijo de Dios Todopoderoso. Aborrece el pecado, otro síntoma de su pobreza virtuosa. Se sabe el más pequeño de la Sagrada Familia. Pero pone toda su autoridad de esposo, de padre, de varón al servicio de Dios.
No quiso entristecer jamás a Dios, ni a su familia. San José es un gran hombre.