Hace pocos días considerábamos la Circuncisión del Niño vista desde San José. Hoy consideramos otro ritual judío, su Presentación.
Al cumplirse 40 días, San José y la Virgen María van con el Niño a Jerusalén. Llenos de alegría. Suben al Templo. Van a presentar el Niño a Dios. Van con el gozo que expresa el salmista “Qué alegría cuando me dijeron”.
Pero intuyen, como ya experimentarían el día de la Circuncisión, un misterio de ofrenda. De víctima. Los padres del Niño ven como se sacrifican aquellas tórtolas y aquellos corderos. Con la sangre de aquellos animales se asperjaba a las mujeres para que quedasen purificadas del parto. María se somete a ello. Y es Inmaculada.
Aparece el anciano Simeón, que les anuncia que el Niño es Luz y Gloria, pero que será también espada y contradicción. Bandera discutida.
Cómo digerirá esta profecía San José. Simeón vio que el Niño era el Mesías deseado. Simeón con el Niño en sus brazos está haciendo una Presentación, pero al tiempo anuncia un sacrificio. El Niño no está siendo “rescatado”. El Niño vino para un sacrificio. Empieza el Corazón de San José a ser ofrecido en Dolor anticipado.
Aparece la anciana Ana. Hablaba del Niño a todos los que tenían un corazón humilde y sencillo.
San José nos enseña a ofrendar a Dios hasta lo más querido. Pero ofrendarlo con ese dolor que le da mérito a la entrega. Pues todo, todo es de Dios. En el fondo, El reclama lo suyo. Aunque lo haya puesto antes en nuestras vidas.